Cuando creemos que dos acontecimientos están conectados porque alguna vez lo hemos visto coincidir y eso ha llamado nuestra atención. Pero muchas veces no existe tal relación causa-efecto. Como nuestro cerebro está preparado para recordar las coincidencias, que pueden ayudarnos a sobrevivir, nos acordamos si derramamos sal y luego sucede algo negativo, pero olvidamos las situaciones en las que después no pasa nada.
La segunda hipótesis, que explicaría el modo en que las personas seleccionan los rasgos con los que describen un grupo, guarda relación con las correlaciones ilusorias. Estas se refieren a la tendencia a percibir erróneamente la existencia de una relación entre dos variables. Este sesgo descubierto por Chapman & Chapman (1967) muestra que, en ciertas circunstancias, si dos eventos distintivos -por inusuales- ocurren simultáneamente, las personas tienden a creer que hay una correlación entre ellos.
Hamilton y Gifford (1976) aplicaron este concepto a los estereotipos. Con él podemos explicar porqué se dice, por ejemplo, que los gitanos son ladrones. En este caso, se consideran relacionadas una minoría numéricamente distintiva y una conducta infrecuente como es robar. El supuesto cognitivo que existe tras este proceso es que los estímulos distintivos (poco frecuentes, poco numerosos, etc.) son perceptivamente salientes y, en consecuencia, atraen automáticamente la atención y se activan más rápidamente en la consciencia.
Al igual que el sesgo endogrupal, la correlación ilusoria ha demostrado ser un fenómeno muy robusto en condiciones de laboratorio. No obstante, también se han hallado resultados que exigen acudir a explicaciones más complejas. Este es el caso, por ejemplo, del estudio de Sanbonmatsu, Shavitt, Sherman y Roskos-Ewoldsen (1987). Dichos autores encontraron que cuando la categoría minoritaria eran ellos mismos, los sujetos se asociaban a la conducta más frecuente. Stroebe e Insko (1989) aportan una sugerencia que resulta esclarecedora en este sentido: las correlaciones ilusorias son menos frecuentes en condiciones naturales, donde los grupos tienen significado para los sujetos. Un segundo ejemplo lo tenemos en el estudio de Mcarthur y Friedman (1980). Ellos realizaron varios experimentos similares al de Hamilton y Gifford (1976), pero empleando grupos reales, en lugar de A y B. La correlación ilusoria se observó sólo cuando el grupo minoritario ejecutaba conductas que los sujetos ya consideraban estereotípicas de ese grupo. También los estudios sobre el «solo» (individuo cuyos rasgos son minoritarios dentro de un grupo) han mostrado que la correlación ilusoria se da en la dirección de las creencias de los observadores. De hecho, a los «solos» de raza negra no se les atribuye el rol de líder, que es también un elemento singular, pero sí otros roles acordes con su estereotipo (Taylor, 1981).
Las investigaciones más recientes están demostrando que las características que empleamos para describir grupos sociales no son desviaciones o subproductos del procesamiento de la información social. Asimismo, tampoco se trata de un reflejo directo y fiel de la realidad. Como apuntan Hoffman y Hurst (1990), los atributos aplicados a hombres y mujeres no son representaciones válidas de las características de unos y otros. Son más bien ficciones explicativas que racionalizan y dan sentido a la división social del trabajo. En otras palabras, las diferencias entre hombres y mujeres, o entre negros y blancos, no se debe tanto a rasgos perceptivamente prominentes como a cualidades socialmente relevantes.
Objetivo e hipótesis
Tal como hemos visto, el sesgo endogrupal y la correlación ilusoria no son meras estrategias cognitivas al margen del entorno social. Por el contrario, sus efectos se ven modificados por factores contextuales y por las propias creencias de los individuos. Esto implica que la elección de rasgos para describir a distintos grupos puede verse afectada de la misma manera. En esta línea, nuestro objetivo es demostrar que las creencias de los individuos influyen sobre el contenido de sus estereotipos.
En términos concretos, nuestra hipótesis plantea que las personas que difieren en sus concepciones acerca de un dominio concreto emplean también rasgos diferentes para describir a los grupos que se relacionan con dicho dominio. Para comprobar esta idea llevamos a cabo una investigación donde analizamos, por su relevancia social en Canarias, la relación entre las teorías implícitas acerca del turismo y la descripción de dos grupos de turistas representativos de las islas: alemanes y peninsulares.
Método
Sujetos
La muestra estaba formada por 185 estudiantes universitarios de ambos sexos, pertenecientes a distintas facultades de la Universidad de La Laguna. La media de edad era de 21 años.
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Cuando creemos que dos acontecimientos están conectados porque alguna vez lo hemos visto coincidir y eso ha llamado nuestra atención. Pero muchas veces no existe tal relación causa-efecto. Como nuestro cerebro está preparado para recordar las coincidencias, que pueden ayudarnos a sobrevivir, nos acordamos si derramamos sal y luego sucede algo negativo, pero olvidamos las situaciones en las que después no pasa nada.
hola gibeto
saludos cordiales
La correlación ilusoria
La segunda hipótesis, que explicaría el modo en que las personas seleccionan los rasgos con los que describen un grupo, guarda relación con las correlaciones ilusorias. Estas se refieren a la tendencia a percibir erróneamente la existencia de una relación entre dos variables. Este sesgo descubierto por Chapman & Chapman (1967) muestra que, en ciertas circunstancias, si dos eventos distintivos -por inusuales- ocurren simultáneamente, las personas tienden a creer que hay una correlación entre ellos.
Hamilton y Gifford (1976) aplicaron este concepto a los estereotipos. Con él podemos explicar porqué se dice, por ejemplo, que los gitanos son ladrones. En este caso, se consideran relacionadas una minoría numéricamente distintiva y una conducta infrecuente como es robar. El supuesto cognitivo que existe tras este proceso es que los estímulos distintivos (poco frecuentes, poco numerosos, etc.) son perceptivamente salientes y, en consecuencia, atraen automáticamente la atención y se activan más rápidamente en la consciencia.
Al igual que el sesgo endogrupal, la correlación ilusoria ha demostrado ser un fenómeno muy robusto en condiciones de laboratorio. No obstante, también se han hallado resultados que exigen acudir a explicaciones más complejas. Este es el caso, por ejemplo, del estudio de Sanbonmatsu, Shavitt, Sherman y Roskos-Ewoldsen (1987). Dichos autores encontraron que cuando la categoría minoritaria eran ellos mismos, los sujetos se asociaban a la conducta más frecuente. Stroebe e Insko (1989) aportan una sugerencia que resulta esclarecedora en este sentido: las correlaciones ilusorias son menos frecuentes en condiciones naturales, donde los grupos tienen significado para los sujetos. Un segundo ejemplo lo tenemos en el estudio de Mcarthur y Friedman (1980). Ellos realizaron varios experimentos similares al de Hamilton y Gifford (1976), pero empleando grupos reales, en lugar de A y B. La correlación ilusoria se observó sólo cuando el grupo minoritario ejecutaba conductas que los sujetos ya consideraban estereotípicas de ese grupo. También los estudios sobre el «solo» (individuo cuyos rasgos son minoritarios dentro de un grupo) han mostrado que la correlación ilusoria se da en la dirección de las creencias de los observadores. De hecho, a los «solos» de raza negra no se les atribuye el rol de líder, que es también un elemento singular, pero sí otros roles acordes con su estereotipo (Taylor, 1981).
Las investigaciones más recientes están demostrando que las características que empleamos para describir grupos sociales no son desviaciones o subproductos del procesamiento de la información social. Asimismo, tampoco se trata de un reflejo directo y fiel de la realidad. Como apuntan Hoffman y Hurst (1990), los atributos aplicados a hombres y mujeres no son representaciones válidas de las características de unos y otros. Son más bien ficciones explicativas que racionalizan y dan sentido a la división social del trabajo. En otras palabras, las diferencias entre hombres y mujeres, o entre negros y blancos, no se debe tanto a rasgos perceptivamente prominentes como a cualidades socialmente relevantes.
Objetivo e hipótesis
Tal como hemos visto, el sesgo endogrupal y la correlación ilusoria no son meras estrategias cognitivas al margen del entorno social. Por el contrario, sus efectos se ven modificados por factores contextuales y por las propias creencias de los individuos. Esto implica que la elección de rasgos para describir a distintos grupos puede verse afectada de la misma manera. En esta línea, nuestro objetivo es demostrar que las creencias de los individuos influyen sobre el contenido de sus estereotipos.
En términos concretos, nuestra hipótesis plantea que las personas que difieren en sus concepciones acerca de un dominio concreto emplean también rasgos diferentes para describir a los grupos que se relacionan con dicho dominio. Para comprobar esta idea llevamos a cabo una investigación donde analizamos, por su relevancia social en Canarias, la relación entre las teorías implícitas acerca del turismo y la descripción de dos grupos de turistas representativos de las islas: alemanes y peninsulares.
Método
Sujetos
La muestra estaba formada por 185 estudiantes universitarios de ambos sexos, pertenecientes a distintas facultades de la Universidad de La Laguna. La media de edad era de 21 años.
lourdes amigos del alma