Las características iniciales de ese grupo fueron, entre otras muchas, la hipersensibilidad, la emotividad y la insolencia contra las formas consagradas y canonizadas. Nada de eso se ve en la poesía de Aurelio Arturo. En ella no hay, como en los otros, una ruptura tajante, sino un tránsito. Sin excesos, se coloca de puente entre los "piedracielistas" y el grupo anterior y, como puente, tiene de ambos. Tiene, por ejemplo, la actitud serena, bucólica y mesurada de un Rafael Maya, pero a través de fuentes culturales distintas de origen anglosajón -Perse, Eliot, principalmente- y de otro manejo de los elementos del lenguaje poético. Tiene de común con "Piedra y Cielo" la aversión por la retórica brillante y por las alusiones culturales. Sus temas centrales son la infancia, la adolescencia y el amor. El paisaje está siempre presente, pero no geográficamente, sino como medio para proyectarse a sí mismo. Su lenguaje carece de artificios, es límpido y sutil y recuerda mucho al primer Cernuda, al Cernuda de Un río, un amor.
Antonio Llanos es, indudablemente, un poeta menor, pero tiene el mérito para la historia literaria de representar un cambio de tono en nuestra poesía con una obra decorosa, dentro de la que hay que señalar de manera especial por su calidad el libro La voz entre lágrimas. De carácter místico y con una definitiva influencia del maestro en ese género, San Juan de la Cruz, la poesía de Llanos es más que otra cosa un síntoma claro de que la poesía colombiana comienza a cambiar en la década de los años treinta.
Este rápido recorrido por la poesía colombiana de los primeros 30 años del siglo no ha tenido por objeto sino presentar un breve panorama de su situación en el momento en que comenzaron a publicar los poetas de "Piedra y cielo". Y como se desprende de todo lo anotado, no fue un accidente o una casualidad que la gran polémica piedracielista cuando apareció en el panorama cultural del país haya sido precisamente, contra Guillermo Valencia y que fuera una polémica encaminada a atacar la vigencia de la estética parnasiana en nuestra poesía, lo que viene a ser una prueba contundente de que los nuevos escritores advertían la necesidad de superar de una vez por todas los residuos del modernismo poético.
El Piedracielismo diversificó el buen gusto, incluso el amoroso, manteniendo por vados lustros la fascinación y la espectativa desde que se publicaron,Canciones para Iniciar unaFiesta(1936) de Eduardo Carranza y la Ciudad Sumergida(1939) de Jorge Rojas, libros que impactaron de imediato en la crítica nacional e internacional. Otros libros, contribuyeron al éxito inmediato del grupo piedracielista comoTerritorio Amoroso(1914),Regreso de la Muerte (1939) de VargasOsorio (1908-1941),Presagio de su Amor(1939) de Arturo Camacho Ramirez (1910-1933),Angel Desalado(1940) de Gerardo Valencia (1911-)y Habitante de su Imagen (1940) de Darío Samper (1913-).En esta pleyade de piedracielistas, cada uno dotado de su propia cos-movisión, si bien alumbrados por sus pradigmáticos faros, se patentiza unromanticismo de fina sensibilidad artística con visos neomodernistas enque lo clásico, lo rubeniano, y hasta lo nerudiano existencial, se dieron citapara celebrar en su época la apoteosis de la poesía en floración. Obras co-moLos Pasos Cantados (1970)de Eduardo Carranza ySuma Poética(1977)de Jorge Rojas, son plintos literarios en que se apoya el prestigio de esto doslíricos que escribieron,según el exégeta del Piedracielismo.
Entre "Los nuevos" y "Pidra y cielo" se encuentran dos poetas que servirán de puente entre ambos grupos y en cuyas obras se hace ya evidente la voluntad de ruptura con el lastre retórico modernista. Son ellos Aurelio Arturo y Antonio Llanos. A pesar de que a estos se los ha considerado por lo general como miembros del movimiento "Piedra y cielo", por varios aspectos no resulta correcto hacerlo así. Una de las razones por las cuales un grupo literario se constituye en tal está precisamente en la voluntad de sus miembros de conformarlo. Ese propósito, al menos inicialmente, existió por parte de los escritores que se presentaron al país en 1936 bajo la común denomiación de "Piedra y cielo". Arturo y Llanos permanecieron al margen de dicho grupo desde sus comienzos
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Las características iniciales de ese grupo fueron, entre otras muchas, la hipersensibilidad, la emotividad y la insolencia contra las formas consagradas y canonizadas. Nada de eso se ve en la poesía de Aurelio Arturo. En ella no hay, como en los otros, una ruptura tajante, sino un tránsito. Sin excesos, se coloca de puente entre los "piedracielistas" y el grupo anterior y, como puente, tiene de ambos. Tiene, por ejemplo, la actitud serena, bucólica y mesurada de un Rafael Maya, pero a través de fuentes culturales distintas de origen anglosajón -Perse, Eliot, principalmente- y de otro manejo de los elementos del lenguaje poético. Tiene de común con "Piedra y Cielo" la aversión por la retórica brillante y por las alusiones culturales. Sus temas centrales son la infancia, la adolescencia y el amor. El paisaje está siempre presente, pero no geográficamente, sino como medio para proyectarse a sí mismo. Su lenguaje carece de artificios, es límpido y sutil y recuerda mucho al primer Cernuda, al Cernuda de Un río, un amor.
Antonio Llanos es, indudablemente, un poeta menor, pero tiene el mérito para la historia literaria de representar un cambio de tono en nuestra poesía con una obra decorosa, dentro de la que hay que señalar de manera especial por su calidad el libro La voz entre lágrimas. De carácter místico y con una definitiva influencia del maestro en ese género, San Juan de la Cruz, la poesía de Llanos es más que otra cosa un síntoma claro de que la poesía colombiana comienza a cambiar en la década de los años treinta.
Este rápido recorrido por la poesía colombiana de los primeros 30 años del siglo no ha tenido por objeto sino presentar un breve panorama de su situación en el momento en que comenzaron a publicar los poetas de "Piedra y cielo". Y como se desprende de todo lo anotado, no fue un accidente o una casualidad que la gran polémica piedracielista cuando apareció en el panorama cultural del país haya sido precisamente, contra Guillermo Valencia y que fuera una polémica encaminada a atacar la vigencia de la estética parnasiana en nuestra poesía, lo que viene a ser una prueba contundente de que los nuevos escritores advertían la necesidad de superar de una vez por todas los residuos del modernismo poético.
El Piedracielismo diversificó el buen gusto, incluso el amoroso, manteniendo por vados lustros la fascinación y la espectativa desde que se publicaron,Canciones para Iniciar unaFiesta(1936) de Eduardo Carranza y la Ciudad Sumergida(1939) de Jorge Rojas, libros que impactaron de imediato en la crítica nacional e internacional. Otros libros, contribuyeron al éxito inmediato del grupo piedracielista comoTerritorio Amoroso(1914),Regreso de la Muerte (1939) de VargasOsorio (1908-1941),Presagio de su Amor(1939) de Arturo Camacho Ramirez (1910-1933),Angel Desalado(1940) de Gerardo Valencia (1911-)y Habitante de su Imagen (1940) de Darío Samper (1913-).En esta pleyade de piedracielistas, cada uno dotado de su propia cos-movisión, si bien alumbrados por sus pradigmáticos faros, se patentiza unromanticismo de fina sensibilidad artística con visos neomodernistas enque lo clásico, lo rubeniano, y hasta lo nerudiano existencial, se dieron citapara celebrar en su época la apoteosis de la poesía en floración. Obras co-moLos Pasos Cantados (1970)de Eduardo Carranza ySuma Poética(1977)de Jorge Rojas, son plintos literarios en que se apoya el prestigio de esto doslíricos que escribieron,según el exégeta del Piedracielismo.
Entre "Los nuevos" y "Pidra y cielo" se encuentran dos poetas que servirán de puente entre ambos grupos y en cuyas obras se hace ya evidente la voluntad de ruptura con el lastre retórico modernista. Son ellos Aurelio Arturo y Antonio Llanos. A pesar de que a estos se los ha considerado por lo general como miembros del movimiento "Piedra y cielo", por varios aspectos no resulta correcto hacerlo así. Una de las razones por las cuales un grupo literario se constituye en tal está precisamente en la voluntad de sus miembros de conformarlo. Ese propósito, al menos inicialmente, existió por parte de los escritores que se presentaron al país en 1936 bajo la común denomiación de "Piedra y cielo". Arturo y Llanos permanecieron al margen de dicho grupo desde sus comienzos
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