Tras unir a Adán y Eva en matrimonio, Dios les mandó: “Sean fructíferos y háganse muchos y llenen la tierra”. Así llegó a existir la familia, compuesta de padre, madre e hijos (Génesis 1:28; 5:3, 4; Efesios 3:14, 15). Para facilitar la crianza de los hijos, Jehová dotó a los seres humanos de ciertos instintos fundamentales. Pero también les suministró pautas escritas, pues a diferencia de los animales, los hombres necesitan más dirección. Entre estas pautas figuran directrices sobre asuntos morales y espirituales y sobre cómo disciplinar debidamente a los hijos (Proverbios 4:1-4).
Dirigiéndose al padre en particular, Dios dijo: “Estas palabras que te estoy mandando hoy tienen que resultar estar sobre tu corazón; y tienes que inculcarlas en tu hijo y hablar de ellas cuando te sientes en tu casa y cuando andes por el camino y cuando te acuestes y cuando te levantes” (Deuteronomio 6:6, 7; Proverbios 1:8, 9). Obsérvese que los padres primero debían poner la ley de Dios en su corazón. ¿Por qué era esto importante? Porque la clase de enseñanza que de verdad motiva no procede de la boca, sino del corazón. Solo si la enseñanza parte del corazón de los padres llegará al corazón de sus hijos. Los padres también han de ser un buen ejemplo para sus hijos, pues estos detectan rápidamente la falta de sinceridad (Romanos 2:21).
A los padres cristianos se les pide que inculquen en sus hijos “la educación y corrección [o “la disciplina y el consejo”] del Señor” desde muy pequeños (Efesios 6:4, Juan José de la Torre, Las Escrituras Mesiánicas; 2 Timoteo 3:15). ¿Desde muy pequeños? Sí. “A veces los padres no reconocemos la valía de nuestros hijos —escribió una madre—. Subestimamos sus capacidades. Ellos tienen mucho potencial, solo tenemos que aprovecharlo.” Eso es cierto, a los niños les encanta aprender, y cuando reciben una educación piadosa, también aprenden a amar. Tales niños se sentirán seguros y amparados dentro de los límites que le fijen sus padres. Por lo tanto, los progenitores sabios crean un ambiente sano para criar a los hijos, procurando ser compañeros amorosos, buenos comunicadores y maestros pacientes y a la vez firmes.*
Yo estoy siempre deseoso de hacer felices a las demás y siempre intento amarlas. Lo consigo solo a veces pero cuando lo logro no solo le entrego mi fruto de vida para que fructifique en ella sino que ademas me quedo mu relajao y mu feliz.
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yo las aprovecho cuando me pongo a orar y leo la biblia y cuando contemplo el sacrificio que hizo Cristo por mi, entonces el produce frutos buenos,
aprovecho las oportunidades hablando de Dios al hombre que lo nececesita, cuando visito a un enfermo y cuando Dios alimenta mi propia vida
con sexo
Tras unir a Adán y Eva en matrimonio, Dios les mandó: “Sean fructíferos y háganse muchos y llenen la tierra”. Así llegó a existir la familia, compuesta de padre, madre e hijos (Génesis 1:28; 5:3, 4; Efesios 3:14, 15). Para facilitar la crianza de los hijos, Jehová dotó a los seres humanos de ciertos instintos fundamentales. Pero también les suministró pautas escritas, pues a diferencia de los animales, los hombres necesitan más dirección. Entre estas pautas figuran directrices sobre asuntos morales y espirituales y sobre cómo disciplinar debidamente a los hijos (Proverbios 4:1-4).
Dirigiéndose al padre en particular, Dios dijo: “Estas palabras que te estoy mandando hoy tienen que resultar estar sobre tu corazón; y tienes que inculcarlas en tu hijo y hablar de ellas cuando te sientes en tu casa y cuando andes por el camino y cuando te acuestes y cuando te levantes” (Deuteronomio 6:6, 7; Proverbios 1:8, 9). Obsérvese que los padres primero debían poner la ley de Dios en su corazón. ¿Por qué era esto importante? Porque la clase de enseñanza que de verdad motiva no procede de la boca, sino del corazón. Solo si la enseñanza parte del corazón de los padres llegará al corazón de sus hijos. Los padres también han de ser un buen ejemplo para sus hijos, pues estos detectan rápidamente la falta de sinceridad (Romanos 2:21).
A los padres cristianos se les pide que inculquen en sus hijos “la educación y corrección [o “la disciplina y el consejo”] del Señor” desde muy pequeños (Efesios 6:4, Juan José de la Torre, Las Escrituras Mesiánicas; 2 Timoteo 3:15). ¿Desde muy pequeños? Sí. “A veces los padres no reconocemos la valía de nuestros hijos —escribió una madre—. Subestimamos sus capacidades. Ellos tienen mucho potencial, solo tenemos que aprovecharlo.” Eso es cierto, a los niños les encanta aprender, y cuando reciben una educación piadosa, también aprenden a amar. Tales niños se sentirán seguros y amparados dentro de los límites que le fijen sus padres. Por lo tanto, los progenitores sabios crean un ambiente sano para criar a los hijos, procurando ser compañeros amorosos, buenos comunicadores y maestros pacientes y a la vez firmes.*
Yo estoy siempre deseoso de hacer felices a las demás y siempre intento amarlas. Lo consigo solo a veces pero cuando lo logro no solo le entrego mi fruto de vida para que fructifique en ella sino que ademas me quedo mu relajao y mu feliz.