Antes de la conquista española existía una rica y variada literatura oral en el área del Imperio Inca. Algunas muestras de poesía religiosa, narraciones y leyendas quechuas han llegado a nosotros gracias a que fueron transcritas por cronistas como Cristóbal de Molina, el Cuzqueño, autor de Fábulas y ritos de los incas (1573); Santa Cruz Pachacuti, indio evangelizado defensor de la Corona española, que escribió la Relación de antigüedades de este reyno del Pirú (1613), donde describe la religión y filosofía quechuas y recoge en lengua quechua algunos poemas de la tradición oral; el Inca Garcilaso de la Vega (1539-1616); y Felipe Guamán Poma de Ayala cuya obra Nueva corónica y buen gobierno permite reconstruir buena parte de la historia y genealogía de los incas, así como numerosos aspectos de la sociedad peruana posterior a la conquista.
Gracias a ellos y a otros cronistas del siglo XVII, una parte de este legado pervivió y es una fuente viva para la literatura posterior. Esa labor fue continuada mucho después por antropólogos, historiadores e investigadores modernos y contemporáneos; en este siglo, uno de los más influyentes es José María Arguedas, importante también por su obra novelística, que subraya la importancia del carácter bilingüe y multicultural del Perú.
No han quedado textos literarios escritos de los incas. Han subsistido algunas tradiciones orales y algunas transcripciones realizadas por los conquistadores españoles.
No tuvieron sistema de escritura ideográfica.
La poesía incaica o quechua tenía como temas las plantas, las flores, los animales, debido a sus actividades agrícolas.
Sus poesías se acompañaban con música y baile.
El poeta oficial de la corte era el amauta. El poeta popular se denominaba haravec.
El wawaki era entonado en las fiestas de la luna por coros juveniles.
El yaraví era poesía lírica de tema amatorio.
El hahuay era un lamento.
El triunfo era un canto al trabajo o a la victoria.
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Antes de la conquista española existía una rica y variada literatura oral en el área del Imperio Inca. Algunas muestras de poesía religiosa, narraciones y leyendas quechuas han llegado a nosotros gracias a que fueron transcritas por cronistas como Cristóbal de Molina, el Cuzqueño, autor de Fábulas y ritos de los incas (1573); Santa Cruz Pachacuti, indio evangelizado defensor de la Corona española, que escribió la Relación de antigüedades de este reyno del Pirú (1613), donde describe la religión y filosofía quechuas y recoge en lengua quechua algunos poemas de la tradición oral; el Inca Garcilaso de la Vega (1539-1616); y Felipe Guamán Poma de Ayala cuya obra Nueva corónica y buen gobierno permite reconstruir buena parte de la historia y genealogía de los incas, así como numerosos aspectos de la sociedad peruana posterior a la conquista.
Gracias a ellos y a otros cronistas del siglo XVII, una parte de este legado pervivió y es una fuente viva para la literatura posterior. Esa labor fue continuada mucho después por antropólogos, historiadores e investigadores modernos y contemporáneos; en este siglo, uno de los más influyentes es José María Arguedas, importante también por su obra novelística, que subraya la importancia del carácter bilingüe y multicultural del Perú.
No han quedado textos literarios escritos de los incas. Han subsistido algunas tradiciones orales y algunas transcripciones realizadas por los conquistadores españoles.
No tuvieron sistema de escritura ideográfica.
La poesía incaica o quechua tenía como temas las plantas, las flores, los animales, debido a sus actividades agrícolas.
Sus poesías se acompañaban con música y baile.
El poeta oficial de la corte era el amauta. El poeta popular se denominaba haravec.
El wawaki era entonado en las fiestas de la luna por coros juveniles.
El yaraví era poesía lírica de tema amatorio.
El hahuay era un lamento.
El triunfo era un canto al trabajo o a la victoria.
El huaino tenía carácter erótico.
El aymoray era una poesía de inspiración rural.