lo mejor es la sencillez y la claridad; el lenguaje más común y conocido por el auditorio al que nos dirigimos. Con un límite infranqueable: la precisión frente a las generalidades; la honestidad de lo que expresemos frente a demagogias fáciles. El recurso permanente al efecticismo descalifica la oratoria más brillante y al orador de mayor perfección lingüística.
Claridad: Exponer ideas concretas y definidas, con frases bien construidas y terminología común y al alcance de los destinatarios. Si hay que emplear palabras que puedan presentar dudas al auditor, mejor detenerse en explicarlas para que puedan ser comprendidas.
Concisión: Utilizar las palabras justas; huir de palabrería. No hay que ser lacónicos, pero tampoco emboscar al destinatario en una farragosa oratoria, por más que sea preciosista.
Coherencia: Construir los mensajes de forma lógica, encadenando ordenadamente las ideas y remarcando lo que son hechos objetivos y lo que son opiniones, sean del orador o de otras personas.
Sencillez: Tanto en la forma de construir nuestro mensaje como en las palabras empleadas.
Naturalidad: Tal vez, lo más difícil de lograr. Requiere una expresión viva y espontánea, lo que no implica vulgaridad o descuido. Es la prueba del dominio del lenguaje y el camino para lograr esa naturalidad, precisamente por una concienzuda preparación de la intervención. Sólo así, con preparación y ensayo, se puede asegurar convenientemente que el mensaje llegue a sus destinatarios de forma precisa y fácilmente comprensible.
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lo mejor es la sencillez y la claridad; el lenguaje más común y conocido por el auditorio al que nos dirigimos. Con un límite infranqueable: la precisión frente a las generalidades; la honestidad de lo que expresemos frente a demagogias fáciles. El recurso permanente al efecticismo descalifica la oratoria más brillante y al orador de mayor perfección lingüística.
Claridad: Exponer ideas concretas y definidas, con frases bien construidas y terminología común y al alcance de los destinatarios. Si hay que emplear palabras que puedan presentar dudas al auditor, mejor detenerse en explicarlas para que puedan ser comprendidas.
Concisión: Utilizar las palabras justas; huir de palabrería. No hay que ser lacónicos, pero tampoco emboscar al destinatario en una farragosa oratoria, por más que sea preciosista.
Coherencia: Construir los mensajes de forma lógica, encadenando ordenadamente las ideas y remarcando lo que son hechos objetivos y lo que son opiniones, sean del orador o de otras personas.
Sencillez: Tanto en la forma de construir nuestro mensaje como en las palabras empleadas.
Naturalidad: Tal vez, lo más difícil de lograr. Requiere una expresión viva y espontánea, lo que no implica vulgaridad o descuido. Es la prueba del dominio del lenguaje y el camino para lograr esa naturalidad, precisamente por una concienzuda preparación de la intervención. Sólo así, con preparación y ensayo, se puede asegurar convenientemente que el mensaje llegue a sus destinatarios de forma precisa y fácilmente comprensible.