En Oros Viejos —ese libro clásico del escritor hispano-cubano Herminio Almendros que todo niño y joven debiera degustar—, existe un cuento titulado Isapí, el cual refiere la historia de una bella india así nombrada, quien se destacaba, además de por su esplendor, por su insensibilidad ante la suerte del prójimo.
Cuenta Almendros que «era muy hermosa la joven india Isapí. Su padre era el jefe de la tribu. El anciano miraba a su hija con una gran ternura, como miran los padres a los hijos que no son felices.
«Venían a verla y a rendirse ante ella los más fuertes guerreros. Pero Isapí no respondía al amor de ninguno. La más bella de la tribu no podía amar porque era fría y dura de corazón. (...). Por eso la llamaban la que nunca lloró, porque nadie vio nunca lágrimas en sus ojos negros».
Isapí no se compadecía de nadie. En la recreación de esta vieja leyenda guaraní se suceden varios personajes que reclaman su atención: una anciana encorvada y temblorosa, una mujer con un niño en los brazos..., seres a quienes bien hubiera podido socorrer, de aconsejárselo su corazón.
Pero la princesa indígena, inconmovible en su orgullo, no ayudaba a nadie. El mito y la literatura le reservaron un final tan triste como aleccionador. Una hechicera la convirtió en «árbol bienhechor, de cuyas hojas se desprende un rocío fino y abundante. El isapí es hoy la doncella que llora siempre para proteger a los demás con su llanto».
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En Oros Viejos —ese libro clásico del escritor hispano-cubano Herminio Almendros que todo niño y joven debiera degustar—, existe un cuento titulado Isapí, el cual refiere la historia de una bella india así nombrada, quien se destacaba, además de por su esplendor, por su insensibilidad ante la suerte del prójimo.
Cuenta Almendros que «era muy hermosa la joven india Isapí. Su padre era el jefe de la tribu. El anciano miraba a su hija con una gran ternura, como miran los padres a los hijos que no son felices.
«Venían a verla y a rendirse ante ella los más fuertes guerreros. Pero Isapí no respondía al amor de ninguno. La más bella de la tribu no podía amar porque era fría y dura de corazón. (...). Por eso la llamaban la que nunca lloró, porque nadie vio nunca lágrimas en sus ojos negros».
Isapí no se compadecía de nadie. En la recreación de esta vieja leyenda guaraní se suceden varios personajes que reclaman su atención: una anciana encorvada y temblorosa, una mujer con un niño en los brazos..., seres a quienes bien hubiera podido socorrer, de aconsejárselo su corazón.
Pero la princesa indígena, inconmovible en su orgullo, no ayudaba a nadie. El mito y la literatura le reservaron un final tan triste como aleccionador. Una hechicera la convirtió en «árbol bienhechor, de cuyas hojas se desprende un rocío fino y abundante. El isapí es hoy la doncella que llora siempre para proteger a los demás con su llanto».
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