significa primeramente una proposición teológica que no puede ser considerada inmediatamente como doctrina oficial de la Iglesia, como proposición dogmática que obliga a la fe, sino que, más bien, es ante todo resultado y expresión del esfuerzo por entender la fe buscando conexiones entre las proposiciones obligatorias de fe (-> analogía de la fe) y confrontando doctrinas dogmáticas con la experiencia y el saber (profanos) de un hombre (o de un tiempo determinado). No es necesario que tal proposición se distinga materialmente de una tesis de fe propiamente dicha. Puede también estar contenida implícitamente en esa tesis de fe, en el horizonte intelectual en que en ella se anuncia, en el origen histórico del instrumentario conceptual, etc.
Tales t. son absolutamente necesarios para la teología y para hablar de materias de fe. Ello se ve ya primeramente por el hecho de que la doctrina oficial misma de la Iglesia no consta ni puede constar solamente de -> dogmas estrictos, sino que enuncia también, sin concederles aún una absoluta obligatoriedad de fe, proposiciones teológicas que en la sociedad eclesiástica se han generalizado y son t. aceptados. El magisterio tiene que enunciar tales proposiciones, porque, de lo contrario, no sería posible un conocimiento real y una auténtica eficacia en la vida de los dogmas de fe propiamente dichos. Los t. son necesarios, porque, de una parte, no todo el conocimiento de la realidad entera del mundo, por su origeny rango, pertenece a la revelación; pero, de otra parte, el hombre uno, en la unidad de su conciencia y de su inteligencia activa de sí mismo, no puede conocer realmente algo ni asimilárselo personalmente fuera de la unidad de su único mundo cognoscitivo; sólo podrá, por ende, conocer lo revelado en función de su conocimiento profano.
Por aquí se comprende que la revelación, como dirigida al hombre (cuya situación no transforma absolutamente), se transmite siempre por medio de teologúmenos: habla en armonía con el saber que de momento es válido, con la -> experiencia e imagen del -> mundo que tiene el oyente de un tiempo concreto; aprovecha los conceptos, el material de representación, las ayudas para entender, las perspectivas y los puntos de apoyo intelectuales que son usuales en una época. En una palabra: la revelación que acontece en el conocimiento humano se vale (por lo menos «entre líneas») de teologúmenos. Éstos no son lo que en el enunciado se quiere decir con obligatoriedad dogmática, sino el sistema de inteligencia inevitablemente expresado también en el enunciado; sistema con que se entiende (rectamente, pero bajo una determinada perspectiva) lo que se dice.
El que habla sobre materias de fe, no es menester que reflexione adecuadamente, ni puede siquiera reflexionar así sobre la diferencia en su enunciado entre la proposición dogmática y el t. En otro caso, podría descartar enteramente el t., y tendría que reflexionar adecuadamente sobre los supuestos históricos de su pensamiento; ahora bien, ambas cosas son imposibles. Sin embargo, esta distinción es siempre «consabida» en forma no refleja (por la identidad de lo significado en la pluralidad de los modelos de representación, de suyo no conciliables, por el saber concomitante acerca del origen profano de los presupuestos de los t. o acerca de su escasa importancia para los enunciados centrales de la fe, etc.).
La historia de la reflexión sobre esta diferencia es la historia de la -> teología misma. No en el sentido de que sea una historia de progresiva eliminación de teologúmenos, caminando hacia una teología «pura» de «meras» proposiciones dogmáticas; sí es, empero, la historia del constante cambio de los t. (cambio que se opera con rapidez y profundidad diversas según la cosa), la cual se identifica a la postre con la historia del conocimiento de la verdad por parte del hombre histórico. Esta historia no significa que, respecto del dogma, se reconozca un día como erróneo lo que antes se tuviera por verdad absoluta, sino que la conversio ad phantasma, que posibilita y sostiene todo -> conocimiento, es la conversión al conjunto de la experiencia histórica, la cual cambia. La identidad de este conocimiento de las verdades de fe se funda en definitiva en que, lo que en esta historia total se busca, halla y realiza, es el ser uno del hombre que se da en la -> experiencia trascendental, el ser que, sobrenaturalmente elevado desde su origen, está orientado al Dios absoluto, y ahí tiene lo permanente de la verdad eterna, la cual, a su vez, en la historia de este ser sobrenaturalmente trascendental adquiere forma histórica cada vez más clara, hasta la aparición histórica de la verdad absoluta en Jesucristo.
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significa primeramente una proposición teológica que no puede ser considerada inmediatamente como doctrina oficial de la Iglesia, como proposición dogmática que obliga a la fe, sino que, más bien, es ante todo resultado y expresión del esfuerzo por entender la fe buscando conexiones entre las proposiciones obligatorias de fe (-> analogía de la fe) y confrontando doctrinas dogmáticas con la experiencia y el saber (profanos) de un hombre (o de un tiempo determinado). No es necesario que tal proposición se distinga materialmente de una tesis de fe propiamente dicha. Puede también estar contenida implícitamente en esa tesis de fe, en el horizonte intelectual en que en ella se anuncia, en el origen histórico del instrumentario conceptual, etc.
Tales t. son absolutamente necesarios para la teología y para hablar de materias de fe. Ello se ve ya primeramente por el hecho de que la doctrina oficial misma de la Iglesia no consta ni puede constar solamente de -> dogmas estrictos, sino que enuncia también, sin concederles aún una absoluta obligatoriedad de fe, proposiciones teológicas que en la sociedad eclesiástica se han generalizado y son t. aceptados. El magisterio tiene que enunciar tales proposiciones, porque, de lo contrario, no sería posible un conocimiento real y una auténtica eficacia en la vida de los dogmas de fe propiamente dichos. Los t. son necesarios, porque, de una parte, no todo el conocimiento de la realidad entera del mundo, por su origeny rango, pertenece a la revelación; pero, de otra parte, el hombre uno, en la unidad de su conciencia y de su inteligencia activa de sí mismo, no puede conocer realmente algo ni asimilárselo personalmente fuera de la unidad de su único mundo cognoscitivo; sólo podrá, por ende, conocer lo revelado en función de su conocimiento profano.
Por aquí se comprende que la revelación, como dirigida al hombre (cuya situación no transforma absolutamente), se transmite siempre por medio de teologúmenos: habla en armonía con el saber que de momento es válido, con la -> experiencia e imagen del -> mundo que tiene el oyente de un tiempo concreto; aprovecha los conceptos, el material de representación, las ayudas para entender, las perspectivas y los puntos de apoyo intelectuales que son usuales en una época. En una palabra: la revelación que acontece en el conocimiento humano se vale (por lo menos «entre líneas») de teologúmenos. Éstos no son lo que en el enunciado se quiere decir con obligatoriedad dogmática, sino el sistema de inteligencia inevitablemente expresado también en el enunciado; sistema con que se entiende (rectamente, pero bajo una determinada perspectiva) lo que se dice.
El que habla sobre materias de fe, no es menester que reflexione adecuadamente, ni puede siquiera reflexionar así sobre la diferencia en su enunciado entre la proposición dogmática y el t. En otro caso, podría descartar enteramente el t., y tendría que reflexionar adecuadamente sobre los supuestos históricos de su pensamiento; ahora bien, ambas cosas son imposibles. Sin embargo, esta distinción es siempre «consabida» en forma no refleja (por la identidad de lo significado en la pluralidad de los modelos de representación, de suyo no conciliables, por el saber concomitante acerca del origen profano de los presupuestos de los t. o acerca de su escasa importancia para los enunciados centrales de la fe, etc.).
La historia de la reflexión sobre esta diferencia es la historia de la -> teología misma. No en el sentido de que sea una historia de progresiva eliminación de teologúmenos, caminando hacia una teología «pura» de «meras» proposiciones dogmáticas; sí es, empero, la historia del constante cambio de los t. (cambio que se opera con rapidez y profundidad diversas según la cosa), la cual se identifica a la postre con la historia del conocimiento de la verdad por parte del hombre histórico. Esta historia no significa que, respecto del dogma, se reconozca un día como erróneo lo que antes se tuviera por verdad absoluta, sino que la conversio ad phantasma, que posibilita y sostiene todo -> conocimiento, es la conversión al conjunto de la experiencia histórica, la cual cambia. La identidad de este conocimiento de las verdades de fe se funda en definitiva en que, lo que en esta historia total se busca, halla y realiza, es el ser uno del hombre que se da en la -> experiencia trascendental, el ser que, sobrenaturalmente elevado desde su origen, está orientado al Dios absoluto, y ahí tiene lo permanente de la verdad eterna, la cual, a su vez, en la historia de este ser sobrenaturalmente trascendental adquiere forma histórica cada vez más clara, hasta la aparición histórica de la verdad absoluta en Jesucristo.