Se dice que las primeras compilaciones de palabras que se hicieron —a modo de diccionario— fueron ordenadas por un rey asirio que tenía un nombre parecido a un trabalenguas: Assurbanipal quien, aproximadamente en el siglo VII a. de N.E., mandó elaborar unas tablillas que contenían varios vocablos que entonces eran utilizados en Mesopotamia. En Grecia, la primera compilación de este tipo fue llamada Lexicón y fue obra de Apolonio, un filósofo que en el siglo III a. de N.E. elaboró un listado de las palabras que utilizó el poeta Homero en La Iliada y en La Odisea. Posteriormente, sobrevino un primer intento en forma por hacer una catalogación de las palabras de la lengua árabe de acuerdo con criterios como el sonido.
A esos documentos, en Nuestra Era se fueron sumando otros diccionarios en lenguas como la francesa, la italiana, la rusa, la alemana y la española: así se elaboraron diccionarios bilingües y temáticos que, básicamente, trataban términos específicos de disciplinas como la botánica, la medicina, la astronomía y la filosofía.
Y hablando específicamente del español, fue a principios del siglo XVII cuando Sebastián de Covarrubias publicó el Tesoro de la lengua castellana o española, primer diccionario en contener toda la información histórica sobre las palabras que entonces se utilizaban. Un siglo más tarde, en el XVIII, se publicó el rey de los diccionarios en español: Diccionario de la Lengua Española, primera edición de la Real Academia Española. El propósito fue crear un repertorio moderno basado en el criterio de autoridad de los autores literarios más reconocidos de entonces. Las cuatro mil páginas de esa edición estuvieron listas tras veinte años de trabajo.
Con el pasar de los años, a la obra se le han quitado palabras y agregado otras que han sido tomadas de la literatura, el lenguaje coloquial o las lenguas indígenas de los países hispanohablantes como: chido, chorear, cantinflear, lolita —d e Lolita, protagonista de la novela de Nabokov—, huipil, tlacuache y tepache, entre muchas otras, sin olvidarnos de los neologismos, que nombran innovaciones técnicas y avances científicos.
Esta obra es de consulta obligatoria para quienes hacemos uso del español, para permanecer vigente se ha complementado, enriquecido y transformado al ritmo de la lengua que, como sabes, es parecida a un organismo vivo, en el sentido de que cambia día con día.
Cada vez surgen más tipos de diccionarios dedicados a diversas temáticas como arquitectura, cocina, religión, mitología, cine, geografía, literatura, derecho, etcétera, que se han convertido en una herramienta muy útil para desempeñarnos en la vida cotidiana; principalmente en los ámbitos académicos y profesionales.
Sebastián de Cobarrubias, capellán de Felipe II y canónigo de la catedral de Cuenca, fue un curioso personaje, humanista, políglota y hombre de letras. En 1605 y en los ratos que le dejaban sus ocupaciones se puso a escribir el Tesoro de la Lengua Castellana o española, considerado primer diccionario de nuestro idioma. Para culminar tan magna obra empleó más de cinco años, a razón de seis entradas diarias que escribía en riguroso orden alfabético. Un ejemplo de amor al conocimiento y las letras.
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Se dice que las primeras compilaciones de palabras que se hicieron —a modo de diccionario— fueron ordenadas por un rey asirio que tenía un nombre parecido a un trabalenguas: Assurbanipal quien, aproximadamente en el siglo VII a. de N.E., mandó elaborar unas tablillas que contenían varios vocablos que entonces eran utilizados en Mesopotamia. En Grecia, la primera compilación de este tipo fue llamada Lexicón y fue obra de Apolonio, un filósofo que en el siglo III a. de N.E. elaboró un listado de las palabras que utilizó el poeta Homero en La Iliada y en La Odisea. Posteriormente, sobrevino un primer intento en forma por hacer una catalogación de las palabras de la lengua árabe de acuerdo con criterios como el sonido.
A esos documentos, en Nuestra Era se fueron sumando otros diccionarios en lenguas como la francesa, la italiana, la rusa, la alemana y la española: así se elaboraron diccionarios bilingües y temáticos que, básicamente, trataban términos específicos de disciplinas como la botánica, la medicina, la astronomía y la filosofía.
Y hablando específicamente del español, fue a principios del siglo XVII cuando Sebastián de Covarrubias publicó el Tesoro de la lengua castellana o española, primer diccionario en contener toda la información histórica sobre las palabras que entonces se utilizaban. Un siglo más tarde, en el XVIII, se publicó el rey de los diccionarios en español: Diccionario de la Lengua Española, primera edición de la Real Academia Española. El propósito fue crear un repertorio moderno basado en el criterio de autoridad de los autores literarios más reconocidos de entonces. Las cuatro mil páginas de esa edición estuvieron listas tras veinte años de trabajo.
Con el pasar de los años, a la obra se le han quitado palabras y agregado otras que han sido tomadas de la literatura, el lenguaje coloquial o las lenguas indígenas de los países hispanohablantes como: chido, chorear, cantinflear, lolita —d e Lolita, protagonista de la novela de Nabokov—, huipil, tlacuache y tepache, entre muchas otras, sin olvidarnos de los neologismos, que nombran innovaciones técnicas y avances científicos.
Esta obra es de consulta obligatoria para quienes hacemos uso del español, para permanecer vigente se ha complementado, enriquecido y transformado al ritmo de la lengua que, como sabes, es parecida a un organismo vivo, en el sentido de que cambia día con día.
Cada vez surgen más tipos de diccionarios dedicados a diversas temáticas como arquitectura, cocina, religión, mitología, cine, geografía, literatura, derecho, etcétera, que se han convertido en una herramienta muy útil para desempeñarnos en la vida cotidiana; principalmente en los ámbitos académicos y profesionales.
Sebastián de Cobarrubias, capellán de Felipe II y canónigo de la catedral de Cuenca, fue un curioso personaje, humanista, políglota y hombre de letras. En 1605 y en los ratos que le dejaban sus ocupaciones se puso a escribir el Tesoro de la Lengua Castellana o española, considerado primer diccionario de nuestro idioma. Para culminar tan magna obra empleó más de cinco años, a razón de seis entradas diarias que escribía en riguroso orden alfabético. Un ejemplo de amor al conocimiento y las letras.
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si pz
no lo se pero el diccionario lo ase la real academia de lengua española.