“El país de la canela” de William Ospina tiene como base la travesía que fue organizada por Gonzalo Pizarro y secundada por Francisco de Orellana para buscar del país del oro y la canela, historia que en la obra es narrada por uno de los expedicionarios. Según el archivo oficial al cual se atiene mayormente el autor, Pizarro decidió llevar a cabo el trayecto luego de haber recibido noticias del país de la canela. Advertido de la dificultad, se proveyó para su viaje de doscientos cuarenta españoles (cien oficiales iban a caballo), cuatro mil indios, dos mil llamas, dos mil cerdos y dos mil perros de presa. Al cabo de un año de viaje por una cruenta selva, con miles de muertos por las dificultades del viaje, casi sin recursos, y ante la ausencia del tesoro afamado, Gonzalo Pizarro y Orellana decidieron construir un bergantín que serviría para transportar a los heridos y los pocos suministros.
Perdidos como estaban, habían llegado a la conclusión de que solo navegando el río podrían ir a alguna parte. Luego de un largo trecho, cuando se encontraron faltos de provisiones, con muchos más enfermos, se acordó que Orellana se adelantara en el viaje para conseguir alimento y ayuda. Lo acompañaron unos cincuenta hombres. Orellana encontró ayuda en los indios de la selva, pero fue incapaz de remontar el río para regresar, así que siguió navegando en un trayecto en el que debió soportar enfermedades y ataques de indígenas durante cerca de siete meses hasta cuando llegó a la desembocadura del río el 26 de agosto de 1542. En su trayecto será notable el testimonio que dieron los exploradores de haber avistado, en medio de la selva, a las mujeres amazonas, de quien tomaría el nombre el gran río por el que circularon y del cual Orellana fue considerado su “descubridor”. Por su lado, Pizarro, cansado de la espera, vuelve a Quito por una ruta más hacia el norte, con solo 80 hombres. La narración termina refiriendo los preparativos de uno los personajes de la obra (el narrador) para una siguiente exploración que también partiría en búsqueda de El Dorado, la que fue encabezada por Pedro de Ursúa en 1560, pero que terminó por protagonizar Lope de Aguirre.
Este final confirma el peso del mito en el relato. Si bien la novela enfatiza la búsqueda de la canela, la creencia está solapada con la idea de El Dorado en todo momento. Vemos que la jornada no se detuvo cuando se encuentra la canela (poca y de mala calidad), y que la novela culmina justamente con la organización de una nueva empresa que irá en búsqueda del reino mítico. El Dorado es, entonces, el principio y el fin, el marco cíclico de la narración. Simbólicamente, canela y Dorado se convierten en alegorías del impulso de un sueño: la expedición más que la búsqueda del tesoro era “un ritual corroído por la codicia, espoleado por la impaciencia”. La exploración se convierte en el “símbolo de todas lo que legiones de hombres crueles y dementes han buscado sin fin a lo largo de todas las edades”. El texto conlleva la reflexión de que, como sucedió con El Dorado, muchas de las realizaciones de la humanidad fueron concretadas a fuerza de ir detrás de fantasías, es decir, persiguiendo irrealidades.
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“El país de la canela” de William Ospina tiene como base la travesía que fue organizada por Gonzalo Pizarro y secundada por Francisco de Orellana para buscar del país del oro y la canela, historia que en la obra es narrada por uno de los expedicionarios. Según el archivo oficial al cual se atiene mayormente el autor, Pizarro decidió llevar a cabo el trayecto luego de haber recibido noticias del país de la canela. Advertido de la dificultad, se proveyó para su viaje de doscientos cuarenta españoles (cien oficiales iban a caballo), cuatro mil indios, dos mil llamas, dos mil cerdos y dos mil perros de presa. Al cabo de un año de viaje por una cruenta selva, con miles de muertos por las dificultades del viaje, casi sin recursos, y ante la ausencia del tesoro afamado, Gonzalo Pizarro y Orellana decidieron construir un bergantín que serviría para transportar a los heridos y los pocos suministros.
Perdidos como estaban, habían llegado a la conclusión de que solo navegando el río podrían ir a alguna parte. Luego de un largo trecho, cuando se encontraron faltos de provisiones, con muchos más enfermos, se acordó que Orellana se adelantara en el viaje para conseguir alimento y ayuda. Lo acompañaron unos cincuenta hombres. Orellana encontró ayuda en los indios de la selva, pero fue incapaz de remontar el río para regresar, así que siguió navegando en un trayecto en el que debió soportar enfermedades y ataques de indígenas durante cerca de siete meses hasta cuando llegó a la desembocadura del río el 26 de agosto de 1542. En su trayecto será notable el testimonio que dieron los exploradores de haber avistado, en medio de la selva, a las mujeres amazonas, de quien tomaría el nombre el gran río por el que circularon y del cual Orellana fue considerado su “descubridor”. Por su lado, Pizarro, cansado de la espera, vuelve a Quito por una ruta más hacia el norte, con solo 80 hombres. La narración termina refiriendo los preparativos de uno los personajes de la obra (el narrador) para una siguiente exploración que también partiría en búsqueda de El Dorado, la que fue encabezada por Pedro de Ursúa en 1560, pero que terminó por protagonizar Lope de Aguirre.
Este final confirma el peso del mito en el relato. Si bien la novela enfatiza la búsqueda de la canela, la creencia está solapada con la idea de El Dorado en todo momento. Vemos que la jornada no se detuvo cuando se encuentra la canela (poca y de mala calidad), y que la novela culmina justamente con la organización de una nueva empresa que irá en búsqueda del reino mítico. El Dorado es, entonces, el principio y el fin, el marco cíclico de la narración. Simbólicamente, canela y Dorado se convierten en alegorías del impulso de un sueño: la expedición más que la búsqueda del tesoro era “un ritual corroído por la codicia, espoleado por la impaciencia”. La exploración se convierte en el “símbolo de todas lo que legiones de hombres crueles y dementes han buscado sin fin a lo largo de todas las edades”. El texto conlleva la reflexión de que, como sucedió con El Dorado, muchas de las realizaciones de la humanidad fueron concretadas a fuerza de ir detrás de fantasías, es decir, persiguiendo irrealidades.