s. IV a.J.C.) Hetera ateniense, fue muy famosa por su belleza, conocida por posar para Fidias y Apeles. Marchó con Alejandro Magno en su expedición a Asia y, según la tradición, lo indujo a quemar Persépolis. A la muerte de Alejandro marchó a Egipto, donde casó con Tolomeo.
Alexandro tuvo muchos amantes hombres y mujeres, más de los primeros que de los segundos, Hefestión fue su mejor amigo y amante, luego Bagoas el esclavo eunuco, Sus mujeres fueron Estatira hija del rey persa Dario y Roxana que le dió un hijo postumo, que luego sería asesinado junto a su madre en Macedonia. Roxana era hija de un rey bactriano y de temperamento cruel, mando asesinar a la primera esposa de Alexandro; Estatira. Thais fue amante del rey Ptolomeo fundador de la dinastía de los Ptolomeos de Egipto, y amigo de A lexandro, de cuyo cuerpo se apoderó, construyendo un mausoleo para su eterno descanso,en Alejandria su feretro era de oro macizo, uno de los descendientes de Ptolomeo, fundió el oro para su tesoro personal. Hasta el siglo III se tenían noticias del mausoleo alejandrino, luego debio desaparecer en u no de los terremotos, al igual que desaparecería la famosa biblioteca, y el faro de Alejandria, equipos de arqueologos suelen trabajar con intermitencia en la ciudad egipcia buscando la tumba del gran Alexandro Magno, sin resultados positivos hasta hoy en día.
Bajo el mar se han encontrado restos de la época en que la última reina de Egipto Cleopatra habitó en la ciudad y construyo un palacio. Se cree que la copia más fidedigna del enterramiento del gran macedonio, sería una tumba encontrada en Sidamara,(Libano) y que hoy se halla en el museo arqueologico de Estanbul-(TURQUIA). Pero volviendo a tu pregunta la cortesana Thais, poco o nada tuvo que ver en la vida de A.M. Y no confundir con Thais la que luego sería santa, en tiempos alejandrinos aún fataba mucho para el nacimiento de Cristo.
Hermosa como pocas, Tais de Egipto fue la prostituta más reclamada de su tiempo. Convertida por el abad Pafnucio, dedicó sus últimos días a la penitencia y oración. Un elocuente ejemplo de la vida de los cristianos de los primeros tiempos. Está claro que el reino de los Cielos no pide antecedentes de honorabilidad antes de abrir sus puertas.
Fue Tais una prostituta de extraordinaria belleza.
En el libro titulado Vidas de los Padres se lee que muchos hombres acabaron en suma pobreza tras vender sus haciendas y emplear todo su dinero en satisfacer los caprichos de esta mujer, ante cuya casa corría a menudo la sangre, porque los jóvenes, celosos unos de otros, se disputaban su amor y entablaban frecuentemente entre sí duelos y peleas.
Cuenta en su cándido latín Roswita que el abad Pafnucio, que había oído hablar de estos escándalos, un día vistió de seglar, tomó una moneda de oro, se fue a la ciudad de Egipto en que esta pecadora vivía, localizó su morada, entró en ella, y como si hubiese ido allí a pecar, entregó la moneda de oro a la ******. Esta recibió el dinero y dijo a Pafnucio:
- Vamos a mi dormitorio.
Al pasar a la habitación, Tais señaló al visitante una cama cubierta con ropas de gran calidad y lo invitó a que se acostara en ella.
Pafnucio contestó a Tais:
- No me gusta este sitio. ¿No hay en esta casa otro más íntimo y reservado?
Tais llevó a Pafnucio a otra estancia y a otra, y a otra, porque en cuanto entraban en alguna de ellas Pafnucio invariablemente repetía lo mismo:
- Este cuarto no me agrada. ¿No tienes algún otro más secreto en que podamos estar sin que nadie nos vea?
Cuando ya habían recorrido varias habitaciones, Tais dijo a Pafnucio:
- Pues ya no nos queda por ver más que un lugar de esta vivienda en el que jamás entra nadie; pero no nos va a valer; porque si lo que pretendes es que nadie nos vea, ni siquiera Dios, pretendes algo imposible, ya que no hay en todo el mundo escondrijo alguno, por muy oculto que parezca, a donde los ojos de Dios no lleguen.
Pafnucio, al oír esto, exclamó:
- ¡Ah! ¿De modo que tú crees en Dios y sabes que existe?
Tais respondió:
- Claro que creo en Dios y que sé que existe; como también sé que existen la vida futura, el reino de los cielos y tormentos para los pecadores.
- Y sabiendo esas cosas - inquirió Pafnucio -, ¿cómo es posible que estés contribuyendo a la perdición de tantas almas? ¿Ignoras acaso que tendrás que dar cuenta al Señor no sólo de ti, sino también de todos cuantos por tu culpa tal vez se hayan descarriado?
En oyendo esto, Tais se arrojó a los pies del abad Pafnucio y deshecha en lágrimas, dijo:
- ¡Oh padre! Yo sé que existe la posibilidad de borrar los efectos de mi mala vida con la penitencia. Cierto que estoy en una situación horrible; pero si tu me ayudas puedo salir de ella. Concédeme, por favor, un plazo de tres días para arreglar algunas cosas; yo te prometo que después iré a donde digas y haré lo que me ordenes.
El abad accedió a la demanda y le indicó el sitio en que habían de verse tres días mas tarde.
La pecadora, inmediatamente, recogió sus enseres, riquezas y cuanto había obtenido durante su vida con el comercio de su cuerpo, lo amontonó en la plaza principal de la ciudad y prendió fuego a todo aquello en presencia de muchísimas personas que asistieron curiosas al espectáculo. Mientras sus muebles, ropas y alhajas ardían, Tais decía a voces:
¡Eh! ¡Vosotros, todos los que habéis pecado conmigo! ¡Venid y ved cómo quemo todo lo que me habéis dado!
Unas cuatrocientas libras de oro valían aproximadamente los objetos que en aquella ocasión quemó. En cuanto quedaron reducidos a pavesas, la hasta entonces pecadora marchó al lugar previamente convenido con el abad. Este la condujo a un monasterio de monjas situado en el desierto, y la recluyó en una angosta celda cuya puerta cerró por fuera con precintos de plomo. La pequeña dependencia en que Tais quedó encerrada no tenía más comunicación con el exterior que una reducida ventanilla a través de la cual, por disposición de Pafnucio, pasarían a la reclusa diariamente una módica ración de pan y agua.
Cuando el anciano iba a retirarse, Tais le preguntó:
- Padre, al hacer mis necesidades naturales, ¿a dónde tiraré los excrementos y orines?
El abad respondió:
Déjalos contigo; esa es la compañía que mereces.
Tais hizo a Pafnucio una última pregunta:
- ¿Cómo debo adorar a Dios?
Pafnucio le respondió:
Puesto que no eres digna de pronunciar su nombre ni de invocar con tus labios a la Trinidad ni de extender tus manos hacia el cielo, porque tu boca está llena de iniquidad y tus manos se hallan repletas de inmundicias, limítate a volverte hacia oriente y decir una y otra vez y muchas cada día: "Tú que me has creado, ten misericordia de mí".
Tres años después Pafnucio se compadeció de la reclusa y se fue a visitar al abad Antonio para preguntarle si a su juicio Dios habría perdonado ya a la penitente. Antonio, tras oír el relato que Pafnucio le hiciera, reunió a sus monjes y les dijo:
- Esta noche no os acostéis: permaneced en vuestras celdas orando hasta que amanezca.
Antonio abrigaba la confianza de que el Señor, durante aquella vigilia, revelaría a alguno de sus religiosos algo que le permitiera responder acertadamente a la consulta que Pafnucio le había hecho.
Los monjes, por supuesto, no sabían de qué se trataba, pero obedientes, no se acostaron, sino que pasaron la noche entera en oración; uno de ellos, el abad Pablo, el más aventajado discípulo de Antonio, durante la vigilia tuvo un éxtasis y vio lo siguiente: las puertas del cielo se abrían; en medio de él había un lecho muy engalanado y al lado del mismo tres hermosísimas doncellas que representaban, respectivamente: una, el temor a las penas futuras, gracias al cual alguien se había apartado del mal camino que llevaba; otra, el arrepentimiento, por cuya virtud la persona que se había apartado del mal había obtenido el perdón de sus pasadas culpas; otra, el amor a la justicia, merced al cual la persona perdonada tenía ya asegurada su eterna salvación. El abad Pablo, al ver a las tres doncellas y entender lo que cada una de ellas significaba, preguntó al Señor: "¿Pretendes manifestarme a través de esas tres alegorías que el alma por ellas representada es la de mi maestro Antonio?". El Señor le contestó diciéndole: "No, la persona convertida, perdonada y salvada, representada por estas tres hermosísimas doncellas, no es tu maestro, el abad Antonio, sino Tais, una mujer que hasta hace unos años fue ******".
A la mañana siguiente Pablo refirió a Antonio la visión que durante la vigilia había tenido; Antonio a su vez dio cuenta de ella a Pafnucio, y éste, rebosante de alegría, regresó a su ermita y en seguida, desde ella, puesto que ya conocía cuál era la divina voluntad al respecto, se trasladó al monasterio de las monjas, quebró los sellos de los precintos que tres años antes pusiera en la puerta de la celda de Tais, abrió la susodicha puerta y dijo a la reclusa:
¡Sal! El tiempo de tu penitencia ha terminado.
Tais le respondió:
- Permíteme continuar aquí.
Pafnucio insistió:
- ¡Sal! El Señor ya te ha perdonado.
Desde dentro la reclusa manifestó:
- Pongo a Dios por testigo de que lo que voy a decirte es cierto: tan pronto como me quedé sola, encerrada en esta celda, hice un recuento minucioso de todos mis pecados, formé con ellos una especie de fardo que resultó inmensamente voluminoso y, desde entonces hasta ahora, así como no he dejado ni un solo instante de respirar, así tampoco he cesado de llorar amargamente al ver la cantidad, enormidad y gravedad de las innumerables malas acciones que en mi pasada vida he cometido.
- Debes saber - le aclaró Pafnucio - que, si has sido perdonada, esto no se ha debido precisamente a la penitencia que has practicado, sino al hecho de haber conservado vivo en tu alma durante todo este tiempo el santo temor de Dios.
Acto seguido salió Tais de la celda en que había permanecido recluida; pero quince días después reposó para siempre en la paz del Señor.
No se, yo se de quien fui amante y a quie ame y amo,y tabien se, que en historia siempre suspendia ,siento no haber aprobado de ser asi ,podria darte una respuesta .
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s. IV a.J.C.) Hetera ateniense, fue muy famosa por su belleza, conocida por posar para Fidias y Apeles. Marchó con Alejandro Magno en su expedición a Asia y, según la tradición, lo indujo a quemar Persépolis. A la muerte de Alejandro marchó a Egipto, donde casó con Tolomeo.
de Ptolomeo
Fue su esposa ... no tuvo nada que ver Tais con Alejandro ... aunque Tais, no fue la encargada de comenzar la dinastia Ptolomeica junto a Ptolomeo I
Alexandro tuvo muchos amantes hombres y mujeres, más de los primeros que de los segundos, Hefestión fue su mejor amigo y amante, luego Bagoas el esclavo eunuco, Sus mujeres fueron Estatira hija del rey persa Dario y Roxana que le dió un hijo postumo, que luego sería asesinado junto a su madre en Macedonia. Roxana era hija de un rey bactriano y de temperamento cruel, mando asesinar a la primera esposa de Alexandro; Estatira. Thais fue amante del rey Ptolomeo fundador de la dinastía de los Ptolomeos de Egipto, y amigo de A lexandro, de cuyo cuerpo se apoderó, construyendo un mausoleo para su eterno descanso,en Alejandria su feretro era de oro macizo, uno de los descendientes de Ptolomeo, fundió el oro para su tesoro personal. Hasta el siglo III se tenían noticias del mausoleo alejandrino, luego debio desaparecer en u no de los terremotos, al igual que desaparecería la famosa biblioteca, y el faro de Alejandria, equipos de arqueologos suelen trabajar con intermitencia en la ciudad egipcia buscando la tumba del gran Alexandro Magno, sin resultados positivos hasta hoy en día.
Bajo el mar se han encontrado restos de la época en que la última reina de Egipto Cleopatra habitó en la ciudad y construyo un palacio. Se cree que la copia más fidedigna del enterramiento del gran macedonio, sería una tumba encontrada en Sidamara,(Libano) y que hoy se halla en el museo arqueologico de Estanbul-(TURQUIA). Pero volviendo a tu pregunta la cortesana Thais, poco o nada tuvo que ver en la vida de A.M. Y no confundir con Thais la que luego sería santa, en tiempos alejandrinos aún fataba mucho para el nacimiento de Cristo.
SE ACOSTABA CON LOS DOS ERA UNA PTA
De Alejandro Magno y al morir Alejando fue amante de Ptolomeo
Patrona de Alejandría
Octubre 8
Hermosa como pocas, Tais de Egipto fue la prostituta más reclamada de su tiempo. Convertida por el abad Pafnucio, dedicó sus últimos días a la penitencia y oración. Un elocuente ejemplo de la vida de los cristianos de los primeros tiempos. Está claro que el reino de los Cielos no pide antecedentes de honorabilidad antes de abrir sus puertas.
Fue Tais una prostituta de extraordinaria belleza.
En el libro titulado Vidas de los Padres se lee que muchos hombres acabaron en suma pobreza tras vender sus haciendas y emplear todo su dinero en satisfacer los caprichos de esta mujer, ante cuya casa corría a menudo la sangre, porque los jóvenes, celosos unos de otros, se disputaban su amor y entablaban frecuentemente entre sí duelos y peleas.
Cuenta en su cándido latín Roswita que el abad Pafnucio, que había oído hablar de estos escándalos, un día vistió de seglar, tomó una moneda de oro, se fue a la ciudad de Egipto en que esta pecadora vivía, localizó su morada, entró en ella, y como si hubiese ido allí a pecar, entregó la moneda de oro a la ******. Esta recibió el dinero y dijo a Pafnucio:
- Vamos a mi dormitorio.
Al pasar a la habitación, Tais señaló al visitante una cama cubierta con ropas de gran calidad y lo invitó a que se acostara en ella.
Pafnucio contestó a Tais:
- No me gusta este sitio. ¿No hay en esta casa otro más íntimo y reservado?
Tais llevó a Pafnucio a otra estancia y a otra, y a otra, porque en cuanto entraban en alguna de ellas Pafnucio invariablemente repetía lo mismo:
- Este cuarto no me agrada. ¿No tienes algún otro más secreto en que podamos estar sin que nadie nos vea?
Cuando ya habían recorrido varias habitaciones, Tais dijo a Pafnucio:
- Pues ya no nos queda por ver más que un lugar de esta vivienda en el que jamás entra nadie; pero no nos va a valer; porque si lo que pretendes es que nadie nos vea, ni siquiera Dios, pretendes algo imposible, ya que no hay en todo el mundo escondrijo alguno, por muy oculto que parezca, a donde los ojos de Dios no lleguen.
Pafnucio, al oír esto, exclamó:
- ¡Ah! ¿De modo que tú crees en Dios y sabes que existe?
Tais respondió:
- Claro que creo en Dios y que sé que existe; como también sé que existen la vida futura, el reino de los cielos y tormentos para los pecadores.
- Y sabiendo esas cosas - inquirió Pafnucio -, ¿cómo es posible que estés contribuyendo a la perdición de tantas almas? ¿Ignoras acaso que tendrás que dar cuenta al Señor no sólo de ti, sino también de todos cuantos por tu culpa tal vez se hayan descarriado?
En oyendo esto, Tais se arrojó a los pies del abad Pafnucio y deshecha en lágrimas, dijo:
- ¡Oh padre! Yo sé que existe la posibilidad de borrar los efectos de mi mala vida con la penitencia. Cierto que estoy en una situación horrible; pero si tu me ayudas puedo salir de ella. Concédeme, por favor, un plazo de tres días para arreglar algunas cosas; yo te prometo que después iré a donde digas y haré lo que me ordenes.
El abad accedió a la demanda y le indicó el sitio en que habían de verse tres días mas tarde.
La pecadora, inmediatamente, recogió sus enseres, riquezas y cuanto había obtenido durante su vida con el comercio de su cuerpo, lo amontonó en la plaza principal de la ciudad y prendió fuego a todo aquello en presencia de muchísimas personas que asistieron curiosas al espectáculo. Mientras sus muebles, ropas y alhajas ardían, Tais decía a voces:
¡Eh! ¡Vosotros, todos los que habéis pecado conmigo! ¡Venid y ved cómo quemo todo lo que me habéis dado!
Unas cuatrocientas libras de oro valían aproximadamente los objetos que en aquella ocasión quemó. En cuanto quedaron reducidos a pavesas, la hasta entonces pecadora marchó al lugar previamente convenido con el abad. Este la condujo a un monasterio de monjas situado en el desierto, y la recluyó en una angosta celda cuya puerta cerró por fuera con precintos de plomo. La pequeña dependencia en que Tais quedó encerrada no tenía más comunicación con el exterior que una reducida ventanilla a través de la cual, por disposición de Pafnucio, pasarían a la reclusa diariamente una módica ración de pan y agua.
Cuando el anciano iba a retirarse, Tais le preguntó:
- Padre, al hacer mis necesidades naturales, ¿a dónde tiraré los excrementos y orines?
El abad respondió:
Déjalos contigo; esa es la compañía que mereces.
Tais hizo a Pafnucio una última pregunta:
- ¿Cómo debo adorar a Dios?
Pafnucio le respondió:
Puesto que no eres digna de pronunciar su nombre ni de invocar con tus labios a la Trinidad ni de extender tus manos hacia el cielo, porque tu boca está llena de iniquidad y tus manos se hallan repletas de inmundicias, limítate a volverte hacia oriente y decir una y otra vez y muchas cada día: "Tú que me has creado, ten misericordia de mí".
Tres años después Pafnucio se compadeció de la reclusa y se fue a visitar al abad Antonio para preguntarle si a su juicio Dios habría perdonado ya a la penitente. Antonio, tras oír el relato que Pafnucio le hiciera, reunió a sus monjes y les dijo:
- Esta noche no os acostéis: permaneced en vuestras celdas orando hasta que amanezca.
Antonio abrigaba la confianza de que el Señor, durante aquella vigilia, revelaría a alguno de sus religiosos algo que le permitiera responder acertadamente a la consulta que Pafnucio le había hecho.
Los monjes, por supuesto, no sabían de qué se trataba, pero obedientes, no se acostaron, sino que pasaron la noche entera en oración; uno de ellos, el abad Pablo, el más aventajado discípulo de Antonio, durante la vigilia tuvo un éxtasis y vio lo siguiente: las puertas del cielo se abrían; en medio de él había un lecho muy engalanado y al lado del mismo tres hermosísimas doncellas que representaban, respectivamente: una, el temor a las penas futuras, gracias al cual alguien se había apartado del mal camino que llevaba; otra, el arrepentimiento, por cuya virtud la persona que se había apartado del mal había obtenido el perdón de sus pasadas culpas; otra, el amor a la justicia, merced al cual la persona perdonada tenía ya asegurada su eterna salvación. El abad Pablo, al ver a las tres doncellas y entender lo que cada una de ellas significaba, preguntó al Señor: "¿Pretendes manifestarme a través de esas tres alegorías que el alma por ellas representada es la de mi maestro Antonio?". El Señor le contestó diciéndole: "No, la persona convertida, perdonada y salvada, representada por estas tres hermosísimas doncellas, no es tu maestro, el abad Antonio, sino Tais, una mujer que hasta hace unos años fue ******".
A la mañana siguiente Pablo refirió a Antonio la visión que durante la vigilia había tenido; Antonio a su vez dio cuenta de ella a Pafnucio, y éste, rebosante de alegría, regresó a su ermita y en seguida, desde ella, puesto que ya conocía cuál era la divina voluntad al respecto, se trasladó al monasterio de las monjas, quebró los sellos de los precintos que tres años antes pusiera en la puerta de la celda de Tais, abrió la susodicha puerta y dijo a la reclusa:
¡Sal! El tiempo de tu penitencia ha terminado.
Tais le respondió:
- Permíteme continuar aquí.
Pafnucio insistió:
- ¡Sal! El Señor ya te ha perdonado.
Desde dentro la reclusa manifestó:
- Pongo a Dios por testigo de que lo que voy a decirte es cierto: tan pronto como me quedé sola, encerrada en esta celda, hice un recuento minucioso de todos mis pecados, formé con ellos una especie de fardo que resultó inmensamente voluminoso y, desde entonces hasta ahora, así como no he dejado ni un solo instante de respirar, así tampoco he cesado de llorar amargamente al ver la cantidad, enormidad y gravedad de las innumerables malas acciones que en mi pasada vida he cometido.
- Debes saber - le aclaró Pafnucio - que, si has sido perdonada, esto no se ha debido precisamente a la penitencia que has practicado, sino al hecho de haber conservado vivo en tu alma durante todo este tiempo el santo temor de Dios.
Acto seguido salió Tais de la celda en que había permanecido recluida; pero quince días después reposó para siempre en la paz del Señor.
Da Alejandro
No se, yo se de quien fui amante y a quie ame y amo,y tabien se, que en historia siempre suspendia ,siento no haber aprobado de ser asi ,podria darte una respuesta .
quienes son esos?