En una mesa de taberna, cuando el aroma a leños ardiendo invadía la habitación, poetas y filósofos compartían pan con chorizo, aceitunas, queso y vino. El tema de conversación, tratándose de hombres de letras, no podía ser otro que la mujer.
--Una mujer hermosa es el paraíso para los ojos, el purgatorio para la bolsa y el infierno para el alma --dijo Bernard le Bovier de Fontenelle luego de beber un sorbo de un estupendo Rioja.
Y las risas no se hicieron esperar.
--Tomad el tiempo como es --replicó Alfred Louis Charles de Musset --, el viento como sopla y la mujer como es.
--A callar todos --reclamó Oscar Wilde cuando las opiniones se dividían --, la mujer ha nacido para ser amada, no para ser comprendida.
--La mujer es siempre voluble y mudable --gritó Virgilio para imponer su voz en medio de la charla, y apuró a degustar un trozo de queso de cabra montés.
--Pero qué os ocurre contertulios --argumentó Francois-René de Chateaubriand --sin la mujer, el hombre sería rudo, grosero, solitario e ignoraría la gracia, que no es sino la sonrisa del amor. La mujer suspende en torno de él las flores de la vida, como las lianas que decoran el tronco de los robles con sus armoniosas guirnaldas.
La última intervención desató aplausos y una mayoría de los presentes, puestos de pie y levantando sus copas impusieron un brindis --¡Por la mujer! --gritaron al unísono antes de beber hasta mirar el fondo.
Y mientras se apresuraban a volver a llenar sus copas con el líquido de los dioses, Jacques Henri Bernardin de Saint-Pierre argumentó --Las mujeres son las flores de la vida, como los niños son sus frutos.
--Decid a una mujer que es hermosa y el diablo se lo repetirá diez mil veces más -- replicó Richard Buckminster Fuller.
--La ciencia nos ha dado remedios contra el veneno de la serpiente, pero no nos ha dado ninguno contra la astucia de la mujer --dijo el griego Eurípides.
En ese momento distrajo la atención el aroma del jamón serrano puesto sobre la mesa; una pierna procedente de la sierra de Huelva. Todos, apresurados, se dispusieron a hacerle los honores.
Fue Friedrich Nietzsche quien volvió al tema. --A la mujer le gusta creer que el amor puede lograr cualquier cosa; es su superstición particular.
Intervino Ambrosio Bierce mientras saboreaba una lonja de jamón --La mujer sería más encantadora si nos fuera posible caer en sus brazos sin caer en sus manos.
Y así, las ideas se fueron sucediendo.
--No debe depositarse ninguna confianza en las mujeres --advertía Homero.
--La inteligencia de la mayoría de las mujeres les sirve más para fortalecer su locura que su razón --mencionó La Rochefoucauld.
--La mujer es un diablo muy bien perfeccionado --comentó Víctor Hugo.
--Señores, señores --Voltaire, quien había escuchado atento, levantó la voz poniéndose de pie con la copa en alto --Todos los razonamientos de los hombres no valen un sentimiento de una mujer.
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En una mesa de taberna, cuando el aroma a leños ardiendo invadía la habitación, poetas y filósofos compartían pan con chorizo, aceitunas, queso y vino. El tema de conversación, tratándose de hombres de letras, no podía ser otro que la mujer.
--Una mujer hermosa es el paraíso para los ojos, el purgatorio para la bolsa y el infierno para el alma --dijo Bernard le Bovier de Fontenelle luego de beber un sorbo de un estupendo Rioja.
Y las risas no se hicieron esperar.
--Tomad el tiempo como es --replicó Alfred Louis Charles de Musset --, el viento como sopla y la mujer como es.
--A callar todos --reclamó Oscar Wilde cuando las opiniones se dividían --, la mujer ha nacido para ser amada, no para ser comprendida.
--La mujer es siempre voluble y mudable --gritó Virgilio para imponer su voz en medio de la charla, y apuró a degustar un trozo de queso de cabra montés.
--Pero qué os ocurre contertulios --argumentó Francois-René de Chateaubriand --sin la mujer, el hombre sería rudo, grosero, solitario e ignoraría la gracia, que no es sino la sonrisa del amor. La mujer suspende en torno de él las flores de la vida, como las lianas que decoran el tronco de los robles con sus armoniosas guirnaldas.
La última intervención desató aplausos y una mayoría de los presentes, puestos de pie y levantando sus copas impusieron un brindis --¡Por la mujer! --gritaron al unísono antes de beber hasta mirar el fondo.
Y mientras se apresuraban a volver a llenar sus copas con el líquido de los dioses, Jacques Henri Bernardin de Saint-Pierre argumentó --Las mujeres son las flores de la vida, como los niños son sus frutos.
--Decid a una mujer que es hermosa y el diablo se lo repetirá diez mil veces más -- replicó Richard Buckminster Fuller.
--La ciencia nos ha dado remedios contra el veneno de la serpiente, pero no nos ha dado ninguno contra la astucia de la mujer --dijo el griego Eurípides.
En ese momento distrajo la atención el aroma del jamón serrano puesto sobre la mesa; una pierna procedente de la sierra de Huelva. Todos, apresurados, se dispusieron a hacerle los honores.
Fue Friedrich Nietzsche quien volvió al tema. --A la mujer le gusta creer que el amor puede lograr cualquier cosa; es su superstición particular.
Intervino Ambrosio Bierce mientras saboreaba una lonja de jamón --La mujer sería más encantadora si nos fuera posible caer en sus brazos sin caer en sus manos.
Y así, las ideas se fueron sucediendo.
--No debe depositarse ninguna confianza en las mujeres --advertía Homero.
--La inteligencia de la mayoría de las mujeres les sirve más para fortalecer su locura que su razón --mencionó La Rochefoucauld.
--La mujer es un diablo muy bien perfeccionado --comentó Víctor Hugo.
--Señores, señores --Voltaire, quien había escuchado atento, levantó la voz poniéndose de pie con la copa en alto --Todos los razonamientos de los hombres no valen un sentimiento de una mujer.
Nooo Muy Largo