Los errores sobre el mundo físico con frecuencia pueden corregirse sin causar demasiado daño sobre el pensamiento circundante. ¿Cómo se logra esto con el tema de las mujeres? Para los minimizadores históricos, la tarea parece muy sencilla. A duras penas, tendremos que extraer una sección de tubería conceptual y remplazarla con otra más moderna. Descartamos la vieja y cruda actitud hacia las mujeres y la sustituimos con la iluminada y perfectamente satisfactoria que se acostumbra hoy. Ésta, agregan, no es realmente una operación filosófica, es apenas la aplicación en serie de filosofías ya hechas. Las ideas en sí mismas están en orden y sólo es menester extenderlas hacia nuevos problemas. Un caso típico sería la rápida revisión de un patrón electoral para incluir a las mujeres. Otras reparaciones igualmente simples seguirían, como la extensión del sistema educativo y la confección de leyes matrimoniales perfectamente simétricas...
Obviamente, si apenas se tratara de eso no estaríamos en el embrollo en el que estamos en la actualidad, ni a los sabios del pasado les habría ido tan mal. Pero no nos hallamos aquí ante un caso de ignorancia científica, curada mediante descubrimientos teóricos súbitos que logran que en adelante todo marche sobre ruedas. Los principales conceptos involucrados estaban a mano en el siglo XVIII y fueron aplicados con vigor en otras áreas. Es cierto que desde entonces ha habido un gran cambio en la actitud hacia las mujeres, pero este cambio ha sido lento, confuso y vacilante y se ha visto entorpecido por la reiterada crudeza de las herramientas conceptuales utilizadas. No solamente está incompleto, sino que ha llegado a un impasse en el que, a menos que se haga una revisión a fondo de esas herramientas conceptuales –individualidad, autonomía, independencia, libertad y demás–, se atascará y al final será un fracaso.
Permítanme sintetizar en forma somera el asunto. Como un todo, la idea del individuo libre, independiente, inquisitivo y elector, una idea central en el pensamiento europeo, ha sido siempre en esencia la idea de un ente masculino. Así fue desarrollada por los griegos y con más veras por los grandes movimientos libertarios del siglo XVIII. A pesar de su fuerza y nobleza, la idea contiene un rasgo de profunda falsedad, no sólo porque las razones para excluir de su aplicación a media humanidad no fueron exploradas honestamente, sino porque la supuesta independencia del macho era en sí misma falsa. Partía del parasitismo y daba por descontado el amor y el servicio de las hembras no autónomas (e incluso de los machos menos brillantes también). Pretendí ser universal sin serlo.
Answers & Comments
Verified answer
Los errores sobre el mundo físico con frecuencia pueden corregirse sin causar demasiado daño sobre el pensamiento circundante. ¿Cómo se logra esto con el tema de las mujeres? Para los minimizadores históricos, la tarea parece muy sencilla. A duras penas, tendremos que extraer una sección de tubería conceptual y remplazarla con otra más moderna. Descartamos la vieja y cruda actitud hacia las mujeres y la sustituimos con la iluminada y perfectamente satisfactoria que se acostumbra hoy. Ésta, agregan, no es realmente una operación filosófica, es apenas la aplicación en serie de filosofías ya hechas. Las ideas en sí mismas están en orden y sólo es menester extenderlas hacia nuevos problemas. Un caso típico sería la rápida revisión de un patrón electoral para incluir a las mujeres. Otras reparaciones igualmente simples seguirían, como la extensión del sistema educativo y la confección de leyes matrimoniales perfectamente simétricas...
Obviamente, si apenas se tratara de eso no estaríamos en el embrollo en el que estamos en la actualidad, ni a los sabios del pasado les habría ido tan mal. Pero no nos hallamos aquí ante un caso de ignorancia científica, curada mediante descubrimientos teóricos súbitos que logran que en adelante todo marche sobre ruedas. Los principales conceptos involucrados estaban a mano en el siglo XVIII y fueron aplicados con vigor en otras áreas. Es cierto que desde entonces ha habido un gran cambio en la actitud hacia las mujeres, pero este cambio ha sido lento, confuso y vacilante y se ha visto entorpecido por la reiterada crudeza de las herramientas conceptuales utilizadas. No solamente está incompleto, sino que ha llegado a un impasse en el que, a menos que se haga una revisión a fondo de esas herramientas conceptuales –individualidad, autonomía, independencia, libertad y demás–, se atascará y al final será un fracaso.
Permítanme sintetizar en forma somera el asunto. Como un todo, la idea del individuo libre, independiente, inquisitivo y elector, una idea central en el pensamiento europeo, ha sido siempre en esencia la idea de un ente masculino. Así fue desarrollada por los griegos y con más veras por los grandes movimientos libertarios del siglo XVIII. A pesar de su fuerza y nobleza, la idea contiene un rasgo de profunda falsedad, no sólo porque las razones para excluir de su aplicación a media humanidad no fueron exploradas honestamente, sino porque la supuesta independencia del macho era en sí misma falsa. Partía del parasitismo y daba por descontado el amor y el servicio de las hembras no autónomas (e incluso de los machos menos brillantes también). Pretendí ser universal sin serlo.
2