Goethe habría dado su poesía, sus novelas y, probablemente, el resto de su obra por su sola Teoría de los Colores. Johann Eckermann, el confidente de los últimos años de su vida, relata sus sorprendentes palabras: "De todo lo que he hecho como poeta, no obtengo vanidad alguna. He tenido como contemporáneos buenos poetas, han vivido aún mejores antes que yo y vivirán otros después. Pero haber sido en mi siglo el único que ha visto claro en esta ciencia difícil de los colores, de ello me vanaglorio, y soy consciente de ser superior a muchos sabios". [1] Para Goethe, no se trata tanto de confirmación y demostración científicas como de comprensión y de verdad. [2] El color sabría ser aprehendido por la razón instrumental. Hay campos del conocimiento que escapan, por su propia naturaleza, al enfoque matematizante e instrumentalista de la ciencia. Ya que a través de la cuestión de los colores se perfila el interrogante goethiano sobre la modernidad de su siglo, el del racionalismo de las Luces y de las mentalidades que modifican los discursos y las representaciones mentales. "Yo reverencio a los matemáticos (...) pero no puedo aprobar que se quiera hacer abuso de las cosas que no pertenecen a su campo y donde esta noble ciencia aparece absurda. ¡Como si existiera sólo lo que puede ser demostrado matemáticamente! [3] Goethe hizo del tema de los colores un asunto personal, ciertamente no tanto en razón de las explicaciones psico-sociológicas (a menudo tan vulgares como ilusorias) sostenidas por el joven Eckermann [4] , como porque esta cuestión comprometía todo lo que él era, empezando por su modo de comprensión del mundo. Ya que el razonamiento elaborado tanto en la Teoría de los colores, como en la Metamorfosis de las Plantas es de tipo matricial y Goethe es, sin duda alguna, uno de los más eminentes representantes de su siglo.
El color debe ser aprehendido de manera global y no analítica, visual y no factual, sensual. La percepción de los colores depende de un cierto equilibrio de la luminosidad: en la oscuridad todo es negro, y no se distingue nada bajo una luz excesiva. Goethe expone en la cuarta parte de su tratado, dos ideas esenciales: el origen de los colores (del Azul y del Amarillo) a partir de la oscuridad y de la luz, y la constitución del color "final", el Rojo, por intensificación de cada uno de los dos colores primitivos. [5] Así, el Rojo es el término final de un oscurecimiento del Amarillo, así como de una aclaración del Azul. Tres colores medios (el Verde, el Violeta, el Naranja) acaban la disposición cromática a partir de la evolución y de la mezcla de los tres colores principales. De hecho, el Amarillo, que procede de la luz, y el Azul, que procede de la oscuridad, se mezclan para dar el Verde y se intensifican para dar el Naranja y el Violeta, y después el Rojo.
La teoría genética de los colores, que Goethe opone a la experimentación newtoniana, la de la descomposición espectral de la luz blanca en siete colores (donde uno, el índigo, es un color artificial, sin duda introducido para satisfacer la analogía entre la gama cromática y la gama musical), reúne la experiencia de los artesanos tintoreros y de los pintores, la de un Leonardo da Vinci por ejemplo, que distingue los colores de la luz (rojo y amarillo) de los colores de la sombra (azul y verde). Dicho de otro modo, Goethe opone a la experimentación instrumental de la luz, la percepción y la observación "natural" de los objetos y de sus coloraciones en la luz. Se trata menos de objetividad y de subjetividad -el enfoque del pensador de Weimar es tan "objetivo" que el de su antecesor- que de una diferencia de naturaleza en la cualidad de la percepción: una es natural y universal, y la otra es mediatizada, instrumentalizada y el fruto exclusivo de una cultura definida, la de un saber instrumental que, precisamente necesita afirmar su "universalidad" y su "objetividad" en desacuerdo con la percepción común. [6]
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Goethe habría dado su poesía, sus novelas y, probablemente, el resto de su obra por su sola Teoría de los Colores. Johann Eckermann, el confidente de los últimos años de su vida, relata sus sorprendentes palabras: "De todo lo que he hecho como poeta, no obtengo vanidad alguna. He tenido como contemporáneos buenos poetas, han vivido aún mejores antes que yo y vivirán otros después. Pero haber sido en mi siglo el único que ha visto claro en esta ciencia difícil de los colores, de ello me vanaglorio, y soy consciente de ser superior a muchos sabios". [1] Para Goethe, no se trata tanto de confirmación y demostración científicas como de comprensión y de verdad. [2] El color sabría ser aprehendido por la razón instrumental. Hay campos del conocimiento que escapan, por su propia naturaleza, al enfoque matematizante e instrumentalista de la ciencia. Ya que a través de la cuestión de los colores se perfila el interrogante goethiano sobre la modernidad de su siglo, el del racionalismo de las Luces y de las mentalidades que modifican los discursos y las representaciones mentales. "Yo reverencio a los matemáticos (...) pero no puedo aprobar que se quiera hacer abuso de las cosas que no pertenecen a su campo y donde esta noble ciencia aparece absurda. ¡Como si existiera sólo lo que puede ser demostrado matemáticamente! [3] Goethe hizo del tema de los colores un asunto personal, ciertamente no tanto en razón de las explicaciones psico-sociológicas (a menudo tan vulgares como ilusorias) sostenidas por el joven Eckermann [4] , como porque esta cuestión comprometía todo lo que él era, empezando por su modo de comprensión del mundo. Ya que el razonamiento elaborado tanto en la Teoría de los colores, como en la Metamorfosis de las Plantas es de tipo matricial y Goethe es, sin duda alguna, uno de los más eminentes representantes de su siglo.
El color debe ser aprehendido de manera global y no analítica, visual y no factual, sensual. La percepción de los colores depende de un cierto equilibrio de la luminosidad: en la oscuridad todo es negro, y no se distingue nada bajo una luz excesiva. Goethe expone en la cuarta parte de su tratado, dos ideas esenciales: el origen de los colores (del Azul y del Amarillo) a partir de la oscuridad y de la luz, y la constitución del color "final", el Rojo, por intensificación de cada uno de los dos colores primitivos. [5] Así, el Rojo es el término final de un oscurecimiento del Amarillo, así como de una aclaración del Azul. Tres colores medios (el Verde, el Violeta, el Naranja) acaban la disposición cromática a partir de la evolución y de la mezcla de los tres colores principales. De hecho, el Amarillo, que procede de la luz, y el Azul, que procede de la oscuridad, se mezclan para dar el Verde y se intensifican para dar el Naranja y el Violeta, y después el Rojo.
La teoría genética de los colores, que Goethe opone a la experimentación newtoniana, la de la descomposición espectral de la luz blanca en siete colores (donde uno, el índigo, es un color artificial, sin duda introducido para satisfacer la analogía entre la gama cromática y la gama musical), reúne la experiencia de los artesanos tintoreros y de los pintores, la de un Leonardo da Vinci por ejemplo, que distingue los colores de la luz (rojo y amarillo) de los colores de la sombra (azul y verde). Dicho de otro modo, Goethe opone a la experimentación instrumental de la luz, la percepción y la observación "natural" de los objetos y de sus coloraciones en la luz. Se trata menos de objetividad y de subjetividad -el enfoque del pensador de Weimar es tan "objetivo" que el de su antecesor- que de una diferencia de naturaleza en la cualidad de la percepción: una es natural y universal, y la otra es mediatizada, instrumentalizada y el fruto exclusivo de una cultura definida, la de un saber instrumental que, precisamente necesita afirmar su "universalidad" y su "objetividad" en desacuerdo con la percepción común. [6]
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