La pell de brau (“La piel de toro”, 1960) es un poemario, probablemente la obra más conocida de Espriu, en la que desarrolla la visión de la problemática histórica, moral y social de España. Se convirtió en un símbolo intelectual de la resistencia frente a la opresión nacional. Trata en tono admonitorio la lucha fratricida de Sepharad, nombre hebreo con el que enmascara el de una España sometida a la dictadura. La piel de toro es la tierra ancha de España. A menudo en las escuelas españolas se observaba que la delimitación de la tierra hispánica semejaba una piel de toro curtida, pegada apenas a un muñón de Europa. Salvador Espriu parte de la imagen escolar de la vieja piel de toro curtida y la convierte en una realidad dolorosa y viva, llena de sangre, recién desollada, todavía vibrante de la llaga que no puede curarse. La piel de toro es el espacio lleno del recuerdo de la sangre, donde vivimos, donde nos obligan a vivir, y el toro, protagonista de la historia, en una imaginada arena, embiste la vieja piel, la arranca con los cuernos y la convierte en bandera sangrante de dolor. La arena en donde el toro lucha para continuar viviendo es Sepharad, la tierra de Occidente, la tierra a donde llegó para instalarse el pueblo judío en su diáspora, en su Golah.
Se ha destacado la capacidad de la obra de Espriu para asimilar culturalmente la herencia mítica de la humanidad: el Libro de los muertos del antiguo Egipto, la Biblia, la tradición mística judía y la mitología griega. En “La pell de brau” Espriu vertía reflexiones (sobre la diversidad y la tolerancia) y técnicas antiguas (uso personal de los símbolos y mezcla de la sátira, la épica y la elegía); pero el carácter emblemático que el libro adquirió como discurso cívico, lectura motivada por el clima general de la literatura catalana del momento, y el hecho de centrar el punto de vista en la península Ibérica, y por lo tanto España, actuaron como catalizadores de una nueva actualidad, incluso internacional, del poeta. Espriu acabó así de fijar míticamente una geografía que había empezado a estructurar antes de la guerra: Lavínia (Barcelona), Alfaranja (Cataluña, que de forma metonímica también es Sinera), Konilòsia (España) y Sepharad (península Ibérica).
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La pell de brau (“La piel de toro”, 1960) es un poemario, probablemente la obra más conocida de Espriu, en la que desarrolla la visión de la problemática histórica, moral y social de España. Se convirtió en un símbolo intelectual de la resistencia frente a la opresión nacional. Trata en tono admonitorio la lucha fratricida de Sepharad, nombre hebreo con el que enmascara el de una España sometida a la dictadura. La piel de toro es la tierra ancha de España. A menudo en las escuelas españolas se observaba que la delimitación de la tierra hispánica semejaba una piel de toro curtida, pegada apenas a un muñón de Europa. Salvador Espriu parte de la imagen escolar de la vieja piel de toro curtida y la convierte en una realidad dolorosa y viva, llena de sangre, recién desollada, todavía vibrante de la llaga que no puede curarse. La piel de toro es el espacio lleno del recuerdo de la sangre, donde vivimos, donde nos obligan a vivir, y el toro, protagonista de la historia, en una imaginada arena, embiste la vieja piel, la arranca con los cuernos y la convierte en bandera sangrante de dolor. La arena en donde el toro lucha para continuar viviendo es Sepharad, la tierra de Occidente, la tierra a donde llegó para instalarse el pueblo judío en su diáspora, en su Golah.
Se ha destacado la capacidad de la obra de Espriu para asimilar culturalmente la herencia mítica de la humanidad: el Libro de los muertos del antiguo Egipto, la Biblia, la tradición mística judía y la mitología griega. En “La pell de brau” Espriu vertía reflexiones (sobre la diversidad y la tolerancia) y técnicas antiguas (uso personal de los símbolos y mezcla de la sátira, la épica y la elegía); pero el carácter emblemático que el libro adquirió como discurso cívico, lectura motivada por el clima general de la literatura catalana del momento, y el hecho de centrar el punto de vista en la península Ibérica, y por lo tanto España, actuaron como catalizadores de una nueva actualidad, incluso internacional, del poeta. Espriu acabó así de fijar míticamente una geografía que había empezado a estructurar antes de la guerra: Lavínia (Barcelona), Alfaranja (Cataluña, que de forma metonímica también es Sinera), Konilòsia (España) y Sepharad (península Ibérica).