Trata sobre un guerrero que era solo armadura, es decir, no habia nadie dentro de la armadura. Una mujer se enamora de ese caballero inexistente, es ella misma la que cuenta la historia. Pero después aparece otro hombre quien pretende los amores de la mujer. Un día, el caballero inexistente se quita la armadura y, simplemente, desaparece. No recuerdo todos los detalles, la leí hace como veinte años. Pero sí recuerdo que la disfrute mucho. Cosa curiosa, me aprendí de memoria el nombre del personaje, a pesar de que es larguísimo: Agilulfo Emo Bertrandino de los Guildivernos y de los otros de Corbentraz y Sura, caballero de Selimpia Citerior y Fez, algo así
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Trata sobre un guerrero que era solo armadura, es decir, no habia nadie dentro de la armadura. Una mujer se enamora de ese caballero inexistente, es ella misma la que cuenta la historia. Pero después aparece otro hombre quien pretende los amores de la mujer. Un día, el caballero inexistente se quita la armadura y, simplemente, desaparece. No recuerdo todos los detalles, la leí hace como veinte años. Pero sí recuerdo que la disfrute mucho. Cosa curiosa, me aprendí de memoria el nombre del personaje, a pesar de que es larguísimo: Agilulfo Emo Bertrandino de los Guildivernos y de los otros de Corbentraz y Sura, caballero de Selimpia Citerior y Fez, algo así
Bajo las rojas murallas de ParÃs estaba formado el ejército de Francia. Carlomagno tenÃa que pasar revista a los paladines. Ya hacÃa más de tres horas que estaban allÃ; era una tarde calurosa de comienzos de verano, algo cubierta, nubosa; en las armaduras se hervÃa como dentro de ollas a fuego lento. No se sabe si alguno en aquella inmóvil fila de caballeros no habÃa perdido ya el sentido o se habÃa adormecido, pero la armadura los mantenÃa erguidos en la silla a todos por igual. De pronto, tres toques de trompa: las plumas de las cimeras se sobresaltaron en el aire quieto como por un soplo de viento, y enmudeció en seguida aquella especie de bramido marino que se habÃa oÃdo hasta entonces, y q era, por lo visto, un roncar de guerreros oscurecido por las golas metálicas de los yelmos. Finalmente helo allÃ, divisaron a Carlomagno que avanzaba, al fondo, en un caballo que parecÃa más grande de lo normal, con la barba sobre el pecho, las manos en el pomo de la silla. Reina y guerrea, guerrea y reina, dale que dale, parecÃa un poco envejecido, desde la última vez que lo habÃan visto aquellos guerreros.
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