Es un tipo de relato en el que se narra la historia de un crimen, cuyo autor se desconoce y en el que, a través de un procedimiento racional, basado en la observación e indagación (llevada a cabo, normalmente por un detective), se logra descubrir al culpable o culpables. En el desarrollo posterior de este subgénero narrativo inaugurado por Edgar Allan Poe, se mantendrá en lo esencial, este esquema de novela (crimen inexplicable a primera vista, investigación sobre el caso, solución del mismo), la cual presenta como característica más sobresaliente la técnica del relato a la inversa, ya que empieza por el final de la historia y se encamina hacia el inicio de la misma. Entre los cultivadores más notables de la novela policiaca, figuran los británicos: A. Conan Doyle creador del detective privado Sherlock Holmes: Las aventuras de Sherlock Holmes 1892, Agata Christie que configura al detective Hercules Poirot: El misterioso caso de Styles, 1921, El asesinato de Rogelio Ackroyd 1926.
Si la Literatura habla de nuestras pasiones, nuestros deseos, nuestras obsesiones y vivencias, es obvio que sólo puede hacerlo reflejando las vidas de aquellos seres que, similares a nosotros, sufren, aman, se alegran, padecen, envidian, odian, juegan...etc. La descripción de un paisaje puede llegar a emocionarnos estéticamente pero nunca conseguirá conmovernos del modo en que pueden hacerlo las peripecias de un soldado herido en una guerra, de un inmigrante despreciado por el color de su piel, de una mujer a la que han despedido del trabajo o de un niño que se ha quedado sin padres. La Literatura, para llegar hasta nosotros, necesita de personajes que nos hagan vivir con ellos, que nos hagan sentir que al leer un libro hacemos algo más que juntar unas palabras con otras. Y si podemos predicar todo esto de la Literatura en general parece evidente que cuando hablamos de la novela negra se hace aún más imprescindible.
La novela policíaca, llamémosla de intriga, negra, criminal, de misterio o como decidamos denominarla, nos habla de los mismos temas que cualquier otra clase de novela, de la ambición, del amor, del sexo, de la búsqueda del dinero y el poder, de la amargura del resentido, de la eterna búsqueda de justicia del olvidado o del insatisfecho, sólo que llegando hasta el extremo de que alguien se siente legitimado para matar o considera que merece arriesgar la propia vida para conseguirlo. Alguien que para atraparnos tiene que convencernos previamente de que es una persona o, digámoslo claramente puesto que hablamos de Literatura, de que es un personaje capaz de irrumpir en nuestras vidas para contarnos la suya de un modo creíble.
Desde los principios del género, con Edgard Allan Poe y su caballero Dupin, esta necesidad de construir un personaje con sus particulares características que resalten su originalidad para llegar al público se hace evidente. Sin embargo para Poe su protagonista no es más que una excusa para mostrarnos el ingenio del autor. Dotándole de un carácter excéntrico y una capacidad intelectual fuera de lo común, lo usa como vehículo para narrar unas historias en las que intenta sorprender al lector, al que propone un sencillo juego de inteligencia, casi como si de un crucigrama se tratara. No sabemos nada de su vida, excepto unos pequeños retazos y lo poco que se nos dice intenta convencernos de su excepcionalidad, alejándolo, por tanto, del común de los mortales con el que los ciudadanos medios (y mediocres) nos sentimos identificados.
Esto no constituye una excepción sino que es el camino que siguieron los primeros autores (básicamente británicos o norteamericanos aunque también algún francés) que exploraron las posibilidades del incipiente género policial.
Incluso uno de los más celebrados (y quizás el más conocido universalmente) de los personajes de la novela policíaca, Sherlock Holmes, no puede escaparse de esa construcción. El personaje de Arthur Conan-Doyle toca el violín, se droga, practica una aparente misoginia y es poseedor tanto de una inteligencia excepcional como de unos inusitados conocimientos sobre las más variopintas materias que le sirven para resolver brillantemente los más enrevesados casos. Sin embargo posee ya una humanidad que no poseían algunos de sus antecesores y esa humanidad se debe a lo que en el argot cinematográfico podríamos denominar un personaje secundario, el Doctor Watson. El médico que narra las aventuras del detective, que en principio no es sino un secretario o amanuense cuya función es recoger por escrito las andanzas de su amigo a mayor gloria de éste, es capaz de colocar a nuestra altura a un protagonista que de otro modo sería inalcanzable pero del que, gracias al propio Watson, acabamos conociendo no sólo su grandeza sino sus miserias.
Según se va extendiendo y popularizando el género los autores, cada vez más seguros de lo que tienen entre manos, empiezan a forjar de un modo más consistente sus personajes. Los aburridos lores ingleses y los hieráticos profesores universitarios americanos de la Costa Este van cediendo su lugar a quienes de verdad tienen algo que decir acerca del delito y su persecución, los policías y detectives profesionales, gremios profesionales que pese a la instintiva antipatía que según épocas y países pueden despertar en el común de la gente, son seres relativamente cercanos a nosotros. ¿Quién, por suerte o por desgracia, no ha pisado nunca en su vida una comisaría? Los escritores, conscientes de que el posible lector es cada vez más escéptico frente a los maravillosos héroes que anteriormente les presentaban, intentan acercarse a él ofreciéndole algo, si no muy cercano todavía, sí más creíble, con diferente éxito y resultados, en algunas ocasiones, sorprendentes y contradictorios.
El caso más palmario de esa posible contradicción es el de Agatha Christie, la más importante y conocida de las damas del crimen. La honorable Tía Agatha, cuya obra ya de por sí podría considerarse un subgénero dentro del propio género policial, creó a lo largo de los años un extenso elenco de personajes entre los cuales destacan dos por encima de los demás, Hércules Poirot,el ex policía belga afincado en Inglaterra como detective privado y Miss Marple, una encantadora anciana obligada por un curioso destino (o quizás sea simplemente gafe) a investigar una serie de asesinatos perpetrados en la apacible campiña británica. A primera vista podríamos pensar que Poirot, en su condición de antiguo policía y profesional de la investigación debiera resultarnos más creíble, sin embargo no acaba de parecernos real ese engolado personaje, que todo lo resuelve gracias a sus "pequeñas células grises" y que, en realidad más se parece a un aborigen del planeta Marte que a alguien que en un momento dado ha podido tener los mismos deseos y sentimientos que nosotros. Todo lo contrario de la señorita Marple que, aparte de su ciertamente increíble capacidad para desentrañar los más intrincados crímenes se parece tanto a esa tía que todos tenemos, que no para de meter las narices en nuestros asuntos pero que nunca se olvida de felicitarnos, puntualmente, cuando cumplimos años.
Pero en realidad es con el advenimiento de la novela negra cuando los personajes de la novela policíaca empiezan a consolidarse como algo vivo no como mero pretexto para desarrollar una trama. Algo lógico proviniendo de autores que, como dijo Raymond Chandler de Dashiell Hammett, sacaron los crímenes de aquellos lugares en los que sólo servían como excusa para escribir una novela y situarlos en aquellos lugares en los que realmente se cometían, por gente que tenía algún motivo para hacerlo. Sus detectives o policías, aunque el propio Chandler les asimilara a los caballeros andantes de la época, eran detectives o policías que el lector podía reconocer como su propio vecino, un vecino que lo mismo tomaba una copa contigo que vociferaba sin motivo en la reunión de la comunidad de propietarios, generoso, corrupto, profesional o chapucero, pero alguien con el que podíamos jugar al mus (o quizás sea más adecuado decir que al póquer), cualquier tarde en cualquier bar.
Hay que añadir, por otra parte, que no sólo en los Estados Unidos fueron capaces de crear personajes cercanos a nosotros. ¿Quién no ha disfrutado leyendo las aventuras del comisario Maigret, la gran creación de Georges Simenon? Cuando pensamos en Maigret pensamos en un funcionario típico y tópico, que se levanta por las mañanas para ir a su trabajo donde lee el periódico, archiva unos cuantos expedientes, redacta unos cuantos oficios y, después de hablar de los últimos resultados de los partidos de Liga del pasado domingo vuelve a su casa con la satisfacción de haber cumplido con su jornada laboral. Eso es, ni más ni menos, Maigret, con la diferencia (no excesivamente importante) de que en lugar de trabajar para el Ministerio de Agricultura lo hace para la Prefectura de Policía. Pero eso no es un demérito, todo lo contrario, eso es lo que le hace terriblemente humano y, por tanto, lo que le hace entrar en esa Galería de Personajes Imprescindibles de la Literatura Universal.
Answers & Comments
Verified answer
Es un tipo de relato en el que se narra la historia de un crimen, cuyo autor se desconoce y en el que, a través de un procedimiento racional, basado en la observación e indagación (llevada a cabo, normalmente por un detective), se logra descubrir al culpable o culpables. En el desarrollo posterior de este subgénero narrativo inaugurado por Edgar Allan Poe, se mantendrá en lo esencial, este esquema de novela (crimen inexplicable a primera vista, investigación sobre el caso, solución del mismo), la cual presenta como característica más sobresaliente la técnica del relato a la inversa, ya que empieza por el final de la historia y se encamina hacia el inicio de la misma. Entre los cultivadores más notables de la novela policiaca, figuran los británicos: A. Conan Doyle creador del detective privado Sherlock Holmes: Las aventuras de Sherlock Holmes 1892, Agata Christie que configura al detective Hercules Poirot: El misterioso caso de Styles, 1921, El asesinato de Rogelio Ackroyd 1926.
Si la Literatura habla de nuestras pasiones, nuestros deseos, nuestras obsesiones y vivencias, es obvio que sólo puede hacerlo reflejando las vidas de aquellos seres que, similares a nosotros, sufren, aman, se alegran, padecen, envidian, odian, juegan...etc. La descripción de un paisaje puede llegar a emocionarnos estéticamente pero nunca conseguirá conmovernos del modo en que pueden hacerlo las peripecias de un soldado herido en una guerra, de un inmigrante despreciado por el color de su piel, de una mujer a la que han despedido del trabajo o de un niño que se ha quedado sin padres. La Literatura, para llegar hasta nosotros, necesita de personajes que nos hagan vivir con ellos, que nos hagan sentir que al leer un libro hacemos algo más que juntar unas palabras con otras. Y si podemos predicar todo esto de la Literatura en general parece evidente que cuando hablamos de la novela negra se hace aún más imprescindible.
La novela policíaca, llamémosla de intriga, negra, criminal, de misterio o como decidamos denominarla, nos habla de los mismos temas que cualquier otra clase de novela, de la ambición, del amor, del sexo, de la búsqueda del dinero y el poder, de la amargura del resentido, de la eterna búsqueda de justicia del olvidado o del insatisfecho, sólo que llegando hasta el extremo de que alguien se siente legitimado para matar o considera que merece arriesgar la propia vida para conseguirlo. Alguien que para atraparnos tiene que convencernos previamente de que es una persona o, digámoslo claramente puesto que hablamos de Literatura, de que es un personaje capaz de irrumpir en nuestras vidas para contarnos la suya de un modo creíble.
Desde los principios del género, con Edgard Allan Poe y su caballero Dupin, esta necesidad de construir un personaje con sus particulares características que resalten su originalidad para llegar al público se hace evidente. Sin embargo para Poe su protagonista no es más que una excusa para mostrarnos el ingenio del autor. Dotándole de un carácter excéntrico y una capacidad intelectual fuera de lo común, lo usa como vehículo para narrar unas historias en las que intenta sorprender al lector, al que propone un sencillo juego de inteligencia, casi como si de un crucigrama se tratara. No sabemos nada de su vida, excepto unos pequeños retazos y lo poco que se nos dice intenta convencernos de su excepcionalidad, alejándolo, por tanto, del común de los mortales con el que los ciudadanos medios (y mediocres) nos sentimos identificados.
Esto no constituye una excepción sino que es el camino que siguieron los primeros autores (básicamente británicos o norteamericanos aunque también algún francés) que exploraron las posibilidades del incipiente género policial.
Incluso uno de los más celebrados (y quizás el más conocido universalmente) de los personajes de la novela policíaca, Sherlock Holmes, no puede escaparse de esa construcción. El personaje de Arthur Conan-Doyle toca el violín, se droga, practica una aparente misoginia y es poseedor tanto de una inteligencia excepcional como de unos inusitados conocimientos sobre las más variopintas materias que le sirven para resolver brillantemente los más enrevesados casos. Sin embargo posee ya una humanidad que no poseían algunos de sus antecesores y esa humanidad se debe a lo que en el argot cinematográfico podríamos denominar un personaje secundario, el Doctor Watson. El médico que narra las aventuras del detective, que en principio no es sino un secretario o amanuense cuya función es recoger por escrito las andanzas de su amigo a mayor gloria de éste, es capaz de colocar a nuestra altura a un protagonista que de otro modo sería inalcanzable pero del que, gracias al propio Watson, acabamos conociendo no sólo su grandeza sino sus miserias.
Según se va extendiendo y popularizando el género los autores, cada vez más seguros de lo que tienen entre manos, empiezan a forjar de un modo más consistente sus personajes. Los aburridos lores ingleses y los hieráticos profesores universitarios americanos de la Costa Este van cediendo su lugar a quienes de verdad tienen algo que decir acerca del delito y su persecución, los policías y detectives profesionales, gremios profesionales que pese a la instintiva antipatía que según épocas y países pueden despertar en el común de la gente, son seres relativamente cercanos a nosotros. ¿Quién, por suerte o por desgracia, no ha pisado nunca en su vida una comisaría? Los escritores, conscientes de que el posible lector es cada vez más escéptico frente a los maravillosos héroes que anteriormente les presentaban, intentan acercarse a él ofreciéndole algo, si no muy cercano todavía, sí más creíble, con diferente éxito y resultados, en algunas ocasiones, sorprendentes y contradictorios.
El caso más palmario de esa posible contradicción es el de Agatha Christie, la más importante y conocida de las damas del crimen. La honorable Tía Agatha, cuya obra ya de por sí podría considerarse un subgénero dentro del propio género policial, creó a lo largo de los años un extenso elenco de personajes entre los cuales destacan dos por encima de los demás, Hércules Poirot,el ex policía belga afincado en Inglaterra como detective privado y Miss Marple, una encantadora anciana obligada por un curioso destino (o quizás sea simplemente gafe) a investigar una serie de asesinatos perpetrados en la apacible campiña británica. A primera vista podríamos pensar que Poirot, en su condición de antiguo policía y profesional de la investigación debiera resultarnos más creíble, sin embargo no acaba de parecernos real ese engolado personaje, que todo lo resuelve gracias a sus "pequeñas células grises" y que, en realidad más se parece a un aborigen del planeta Marte que a alguien que en un momento dado ha podido tener los mismos deseos y sentimientos que nosotros. Todo lo contrario de la señorita Marple que, aparte de su ciertamente increíble capacidad para desentrañar los más intrincados crímenes se parece tanto a esa tía que todos tenemos, que no para de meter las narices en nuestros asuntos pero que nunca se olvida de felicitarnos, puntualmente, cuando cumplimos años.
Pero en realidad es con el advenimiento de la novela negra cuando los personajes de la novela policíaca empiezan a consolidarse como algo vivo no como mero pretexto para desarrollar una trama. Algo lógico proviniendo de autores que, como dijo Raymond Chandler de Dashiell Hammett, sacaron los crímenes de aquellos lugares en los que sólo servían como excusa para escribir una novela y situarlos en aquellos lugares en los que realmente se cometían, por gente que tenía algún motivo para hacerlo. Sus detectives o policías, aunque el propio Chandler les asimilara a los caballeros andantes de la época, eran detectives o policías que el lector podía reconocer como su propio vecino, un vecino que lo mismo tomaba una copa contigo que vociferaba sin motivo en la reunión de la comunidad de propietarios, generoso, corrupto, profesional o chapucero, pero alguien con el que podíamos jugar al mus (o quizás sea más adecuado decir que al póquer), cualquier tarde en cualquier bar.
Hay que añadir, por otra parte, que no sólo en los Estados Unidos fueron capaces de crear personajes cercanos a nosotros. ¿Quién no ha disfrutado leyendo las aventuras del comisario Maigret, la gran creación de Georges Simenon? Cuando pensamos en Maigret pensamos en un funcionario típico y tópico, que se levanta por las mañanas para ir a su trabajo donde lee el periódico, archiva unos cuantos expedientes, redacta unos cuantos oficios y, después de hablar de los últimos resultados de los partidos de Liga del pasado domingo vuelve a su casa con la satisfacción de haber cumplido con su jornada laboral. Eso es, ni más ni menos, Maigret, con la diferencia (no excesivamente importante) de que en lugar de trabajar para el Ministerio de Agricultura lo hace para la Prefectura de Policía. Pero eso no es un demérito, todo lo contrario, eso es lo que le hace terriblemente humano y, por tanto, lo que le hace entrar en esa Galería de Personajes Imprescindibles de la Literatura Universal.
seeeepaaa!!!