La Unificación de Italia fue el proceso histórico que a lo largo del siglo XIX llevó a la unificación de los diferentes estados en que estaba dividida la península Itálica, en su mayor parte vinculados a dinastías consideradas "no italianas" como los Habsburgo o los Borbón. Ha de entenderse en el contexto cultural del romanticismo y la aplicación de la ideología nacionalista, que pretende la identificación de nación y estado, en este caso en un sentido centrípeto (irredentismo). También se le conoce como il Risorgimento (resurgimiento en italiano), e incluso como la reunificación italiana (considerando que existió una unidad anterior, la provincia de Italia" creada por Augusto, en la antigua Roma).
El papel conspirativo de la masonería o de los intereses de distintas potencias europeas (concretamente Inglaterra, interesada en crear un fuerta antagonista a la rival Francia) también se ha aducido como causa del "Risorgimento".[1]
El proceso es entendido, por algunos historiadores, también como la conquista de la aristocrática Italia del sur (Nápoles, Sicilia), el estado más industrializado de la península y el tercero de Europa;[2] por parte de Italia del norte (valle del Po), influenciada por las potencias europeas como Francia y Austria (segun ellos el proceso también puede interpretarse en el sentido de que el norte parasitó al sur impidiendo su desarrollo y propiciando la emigración y la perpetuación de su situación social.[3] ).
Historiadores como Benedetto Croce ven el proceso como el completamiento del Renacimiento italiano, interrumpido por las invasiones francesas y españolas de la Italia del siglo XVI. Este renacimiento nacional alcanzó -desde Florencia- todas las regiones habitadas por gente italiana (inclusive Sicilia y luego Istria y Dalmacia como Italia irredenta en el siglo **).
En cualquier caso, el proceso fue encauzado finalmente por la casa de Saboya, reinante en el Piamonte (destacadamente por el primer ministro conde de Cavour), en perjuicio de otras intervenciones "republicanas" de personajes notables (Mazzini, Garibaldi) a lo largo de complicadas vicisitudes ligadas al equilibrio europeo (intervenciones de Francia y Austria), que culminaron con la incorporación del último reducto de los Estados Pontificios en 1870. El nuevo Reino de Italia continuó la reivindicación de territorios fronterizos, especialmente con el Imperio Austro-húngaro (Trieste y el Trentino), que se solventaron parcialmente en 1919 tras la Primera Guerra Mundial (Tratado de Saint-Germain-en-Laye y expedición de Gabrielle D'Annunzio).
Los ideales revolucionarios también se propagaron a través de sociedades secretas, tales como los Carbonarios, los adelfos y los neogüelfos.
Durante el dominio napoleónico, se formó en Italia un grupo secreto de resistencia, la Carbonería. Era una sociedad más o menos masónica, liderada por el general francés Joaquín Murat, cuñado de Bonaparte. Su objetivo, como el de la masonería en general, era combatir la intolerancia religiosa, el absolutismo y defender los ideales liberales. También lucharon contra las tropas francesas porque estas estaban realizando un auténtico expolio de Italia.
Con la expulsión de los franceses, la Carbonería quería unificar Italia e implantar los ideales liberales.
Los carbonarios eran principalmente gente de la mediana y pequeña burguesía. Se organizaban en vendas de veinte miembros cada una, que desconocían a los grandes jefes. Había una venda central, formada por siete miembros, que era la que transmitía el trabajo a las demás.
En 1830, Giuseppe Mazzini (1805-1872) entró a los carbonarios, y fue encarcelado en 1831 por incitar a la rebelión al pueblo junto con Federico Campanella, Giuseppe Elia Benza, Carlo Bini y Giambattista Cuneo, por lo que pasó a criticar a las sociedades secretas, sus ritos y su ineficiencia militar. De la crítica a las sociedades secretas pasó a la acción y fundó la Joven Italia, una organización paramilitar que pretendía liberar Italia del dominio Austríaco y unificar el país por medio de la educación del pueblo y la formación de una República democrática. Su lema era: Derechos de los hombres, progreso, igualdad jurídica y fraternidad. La sociedad organizó células revolucionarias por toda la península.
A este movimiento democrático se oponían otras corrientes que también pretendían la unificación de Italia. Unos eran los reformistas monárquicos, contrarios a la violencia de Mazzini y que pedían la unificación en torno al Reino de Piamonte-Cerdeña, en un régimen monárquico constitucional. Otros eran los neogüelfos, conservadores liderados por Vincenzo Gioberti, cuyos ideales eran hacer de Italia una unión de estados federados presididos por el papado.
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La Unificación de Italia fue el proceso histórico que a lo largo del siglo XIX llevó a la unificación de los diferentes estados en que estaba dividida la península Itálica, en su mayor parte vinculados a dinastías consideradas "no italianas" como los Habsburgo o los Borbón. Ha de entenderse en el contexto cultural del romanticismo y la aplicación de la ideología nacionalista, que pretende la identificación de nación y estado, en este caso en un sentido centrípeto (irredentismo). También se le conoce como il Risorgimento (resurgimiento en italiano), e incluso como la reunificación italiana (considerando que existió una unidad anterior, la provincia de Italia" creada por Augusto, en la antigua Roma).
El papel conspirativo de la masonería o de los intereses de distintas potencias europeas (concretamente Inglaterra, interesada en crear un fuerta antagonista a la rival Francia) también se ha aducido como causa del "Risorgimento".[1]
El proceso es entendido, por algunos historiadores, también como la conquista de la aristocrática Italia del sur (Nápoles, Sicilia), el estado más industrializado de la península y el tercero de Europa;[2] por parte de Italia del norte (valle del Po), influenciada por las potencias europeas como Francia y Austria (segun ellos el proceso también puede interpretarse en el sentido de que el norte parasitó al sur impidiendo su desarrollo y propiciando la emigración y la perpetuación de su situación social.[3] ).
Historiadores como Benedetto Croce ven el proceso como el completamiento del Renacimiento italiano, interrumpido por las invasiones francesas y españolas de la Italia del siglo XVI. Este renacimiento nacional alcanzó -desde Florencia- todas las regiones habitadas por gente italiana (inclusive Sicilia y luego Istria y Dalmacia como Italia irredenta en el siglo **).
En cualquier caso, el proceso fue encauzado finalmente por la casa de Saboya, reinante en el Piamonte (destacadamente por el primer ministro conde de Cavour), en perjuicio de otras intervenciones "republicanas" de personajes notables (Mazzini, Garibaldi) a lo largo de complicadas vicisitudes ligadas al equilibrio europeo (intervenciones de Francia y Austria), que culminaron con la incorporación del último reducto de los Estados Pontificios en 1870. El nuevo Reino de Italia continuó la reivindicación de territorios fronterizos, especialmente con el Imperio Austro-húngaro (Trieste y el Trentino), que se solventaron parcialmente en 1919 tras la Primera Guerra Mundial (Tratado de Saint-Germain-en-Laye y expedición de Gabrielle D'Annunzio).
Los ideales revolucionarios también se propagaron a través de sociedades secretas, tales como los Carbonarios, los adelfos y los neogüelfos.
Durante el dominio napoleónico, se formó en Italia un grupo secreto de resistencia, la Carbonería. Era una sociedad más o menos masónica, liderada por el general francés Joaquín Murat, cuñado de Bonaparte. Su objetivo, como el de la masonería en general, era combatir la intolerancia religiosa, el absolutismo y defender los ideales liberales. También lucharon contra las tropas francesas porque estas estaban realizando un auténtico expolio de Italia.
Con la expulsión de los franceses, la Carbonería quería unificar Italia e implantar los ideales liberales.
Los carbonarios eran principalmente gente de la mediana y pequeña burguesía. Se organizaban en vendas de veinte miembros cada una, que desconocían a los grandes jefes. Había una venda central, formada por siete miembros, que era la que transmitía el trabajo a las demás.
En 1830, Giuseppe Mazzini (1805-1872) entró a los carbonarios, y fue encarcelado en 1831 por incitar a la rebelión al pueblo junto con Federico Campanella, Giuseppe Elia Benza, Carlo Bini y Giambattista Cuneo, por lo que pasó a criticar a las sociedades secretas, sus ritos y su ineficiencia militar. De la crítica a las sociedades secretas pasó a la acción y fundó la Joven Italia, una organización paramilitar que pretendía liberar Italia del dominio Austríaco y unificar el país por medio de la educación del pueblo y la formación de una República democrática. Su lema era: Derechos de los hombres, progreso, igualdad jurídica y fraternidad. La sociedad organizó células revolucionarias por toda la península.
A este movimiento democrático se oponían otras corrientes que también pretendían la unificación de Italia. Unos eran los reformistas monárquicos, contrarios a la violencia de Mazzini y que pedían la unificación en torno al Reino de Piamonte-Cerdeña, en un régimen monárquico constitucional. Otros eran los neogüelfos, conservadores liderados por Vincenzo Gioberti, cuyos ideales eran hacer de Italia una unión de estados federados presididos por el papado.