Al cuarto dÃa de marcha llegamos por fin a Ferlangen. Entre vÃtores y gritos de alegrÃa fuimos recibidos pues la ayuda que prometà habÃa llegado. Malas nuevas traÃan mis mensajeros, Wolfenburgo y Kursk habÃan sido tomadas, más no era la peor noticia. Una horda de caóticos se dirigÃa hacia la ciudad. A más no tardar me puse al mando de mis tropas, marchando al frente junto a mi amigo hechicero Daerion. En un llano próximo a la ciudad esperamos pacientes a nuestro enemigo. Acompañado iba yo por mis fieles maestros espadachines de Hoeth, compañeros de mil batallas y grandes guerreros formados por los mejores maestros en todo el mundo.
Al finalizar la batalla pude ver las consecuencias. Pocos yelmos plateados sobrevivieron a la carnicerÃa y los lanceros sufrieron muchas bajas al enfrentarse a los salvajes orcos. Mi amigo Daerion me sonrió desde lo alto de una colina. Todos sabÃamos que era cuestión de tiempo que volvieran, pero les estarÃamos esperando dispuestos a pagar cara su osadÃa.
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Era un elfo bardo creado por Tolkien, que creó las Runas de Cirth. Disculpa no tener mucha información, pero no he leído mucho de Tolkien.
http://es.wikipedia.org/wiki/Daeron
El viejo Rey habÃa muerto.La noticia corrió por el Imperio con la misma rapidez con la que el lobo recorre la llanura. Incluso a Rodsten, un viejo condado olvidado de la mano de los dioses acudieron los mensajeros a lomos de exhaustos caballos a traer las funestas nuevas. Cincuenta años de paz para el Imperio, cincuenta años de tranquilidad que se esfumaban dejando un futuro incierto. El Rey Victarion habÃa sido un hombre afable y justo, benevolente con sus amigos y firme con sus enemigos, o al menos con los pocos que habÃan osado oponerse a él.Pero pronto el dolor del luto por la muerte del monarca dejó pasó a la excitación por el Gran Torneo que se celebrarÃa en Ehliam, la capital del Reino de Lamiak, la capital del mundo. El prÃncipe Victorius se harÃa con la Corona de Sauce y serÃa nombrado Rey en una ceremonia como nunca antes se habÃa visto, y para ello era su augusto deseo celebrar el mayor torneo de justas desde que los hombres de hierro pisaran las playas al Sur de Lamiak por primera vez hacÃa mil años. Y para festejar tal evento y atraer al mayor número de grandes señores posible, la propia mano de su hermana pequeña, la jovencÃsima princesa Nuya, serÃa ofrecida en casamiento al ganador de tal torneo.Fue aquello y no la perspectiva de ver al prÃncipe Victorius sentado en el trono lo que hizo que cientos de lores y caballeros se precipitaran hacia Ehliam en busca de la dote que conllevarÃa el casarse con la princesa del Imperio. Y de todos los que participarÃan en tan majestuoso evento, tan sólo uno se acobardaba ante la posibilidad de hacerlo, y maldecÃa el dÃa en que se anunció el Gran Torneo.No llevaba más que tres dÃas a caballo, pero a Kelson le dolÃan ya todos los huesos del cuerpo. El caballo no es la montura del estudioso, le solÃa decir el bibliotecario de Villahermosa, la aldea más cercana a Rodsten, y ahora comprobaba que, en efecto, no podÃa tener más razón. Con un suspiró vio a los soldados de su padre cabalgar junto a él, como si nada estuviera pasando, e interiormente les maldijo también por poder soportar aquel dolor sin emitir la más leve queja.En sus dieciséis años de vida Kelson siempre habÃa sido un muchacho gordo y torpe. No habÃa cosa más aterradora para él que el sonido de las espadas y el tronar de un jinete a la carga. Solo cuando se sentaba tranquilamente a leer en su habitación se sentÃa a gusto, y se pasaba horas y horas leyendo aquellos viejos manuscritos que a nadie le importaban.Pero era hijo de su padre, el Conde de Rodsten, quien desde la muerte de su madre parecÃa haber aumentado su animadversión hacia él, como si le hubieran quitado un freno para poder descargar todo su malhumor sobre su segundo hijo, y con diferencia el más torpe de los dos, o al menos eso era lo que decÃan todos en el castillo donde vivÃa. Y como se suponÃa que era un lord, tenÃa por tanto el privilegio de poder participar en el Gran Torneo.
Dentro de cinco dÃas comenzarán las justas en Ehliam y tú participarás con tu hermano en ellas. Le habÃa dicho Lord Keren, Conde de Rodsten, a bocajarro.-¿Por qué?- HabÃa atinado a decir él tras unos instantes de sobresalto.- Sabes que jamás ganaré el torneo.-
Su padre le habÃa mirado, y en aquella mirada habÃa descargado todo el odio que sentÃa por él, y toda la amargura porque los dioses le hubieran dado un hijo asÃ.-Porque a lo mejor los dioses me conceden un milagro, en compensación por haberme torturado con tu presencia, y porque Rodsten está en la ruina y necesita un matrimonio de ese calibre con desesperación. La misma que me lleva a recurrir a ti en estos momentos. Lord Keren habÃa entrecerrado los ojos con malignidad al centrar su atención en él. Las leyes de los hombres me obligan a permitir que lleves el emblema de nuestra Casa en el torneo, pero te juro sobre el alma de tu madre muerta que si caes derrotado y no te haces con la victoria te repudiaré y te mandaré con las levas a combatir a los bárbaros de Shullen Oeste.No habÃa añadido más, y se habÃa retirado con rapidez del lugar, como si le hastiase hablar con su hijo.Quiere buscar una excusa para deshacerse de mÃ.Fue lo primero que pensó durante el breve interludio en que dejó de llorar amargamente aquella noche.Y asà era, pues Lord Keren era perfectamente consciente de que su hijo menor jamás pasarÃa de las primeras justas. Para eso ya tiene a Korum.Desde luego asà era, y Kelson no tenÃa más que levantar la mirada mientras pasaba su particular martirio sobre el caballo para divisar a su hermano mayor, hablando a la cabeza del grupo junto a su padre. Cuatro años mayor que él, Kelson suponÃa que Korum era todo lo que un padre desearÃa tener en un hijo: alto, fuerte y hábil en las justas, era lo que todo el mundo decÃa de él, mientras que nadie hablaba del obeso y patán hijo menor del Conde de Rodsten.Tiene a mi hermano para la sucesión, no me necesita ya para nada. Era cierto, todos decÃan que Korum tenÃa grandes posibilidades de ganar el Gran Torneo, donde se honrarÃa la memoria del viejo Re
Daerion aqui tienes su historia.
Dos meses hacÃa ya que partà de mi querida tierra de Yvresse. Estaba saliendo de la telaraña de mis pensamientos cuando, tras la neblina costera, pude ver en el horizonte las costas del viejo mundo. Tres meses atrás, habÃa enviado a un grupo de mis mejores guerreros a petición del rey fénix. Al cargo de esas tropas iba mi mejor guerrero y gran amigo Alcarin acompañado por mi noble escolta de maestros de la espada de las tierras de Hoeth.
Una sombra recorrió mi corazón, fugaz, como un soplo de viento. Visinones de muerte y guerra vinieron a mi mente. Mis guerreros pronto se enfrentarÃan en terrible batalla contra la sombra del Norte y muchos ya no pisarÃan más su amada Ulthuan, es el precio a pagar por detener a los corruptos que marchaban ya sobre el imperio de la humanidad. Sin más demora atracamos y nos dirigimos raudos hacia la ciudad de Ferlangen donde mi ejército nos esperaba, ganas ya tenÃa de verles.
Al cuarto dÃa de marcha llegamos por fin a Ferlangen. Entre vÃtores y gritos de alegrÃa fuimos recibidos pues la ayuda que prometà habÃa llegado. Malas nuevas traÃan mis mensajeros, Wolfenburgo y Kursk habÃan sido tomadas, más no era la peor noticia. Una horda de caóticos se dirigÃa hacia la ciudad. A más no tardar me puse al mando de mis tropas, marchando al frente junto a mi amigo hechicero Daerion. En un llano próximo a la ciudad esperamos pacientes a nuestro enemigo. Acompañado iba yo por mis fieles maestros espadachines de Hoeth, compañeros de mil batallas y grandes guerreros formados por los mejores maestros en todo el mundo.
Próximos estaban a nosotros los seguidores de los dioses oscuros, entonces di la orden. Mis valientes guerreros se lanzaron contra aquellos hombres infestos, yo iba en cabeza. Devastadora fue nuestra carga, mi espada volaba una y otra vez rebanando cabezas y atravesando torsos, hasta que no quedó ni uno solo de esos hombres del norte con vida. A toda prisa me dirigà hacia el que era mi mayor adversario en esa batalla y señalándole con mi espada, le reté a combate singular. Preso de la ira lancé una descarga de fuertes golpes contra aquel paladÃn oscuro aunque todos fueron parados por aquel monstruoso guerrero que encabritó a su montura lanzándome un golpe que me derribó. De un á*** movimiento decapité al gran corcel cayendo su jinete y porbando el sabor del dolor. Duro fue su contraataque, pero en un momento de despiste de mi adversario le clavé mi filo en su corazón cubierto de ceniza partiéndole en dos y vengando asà a mis nobles caballeros.
Al finalizar la batalla pude ver las consecuencias. Pocos yelmos plateados sobrevivieron a la carnicerÃa y los lanceros sufrieron muchas bajas al enfrentarse a los salvajes orcos. Mi amigo Daerion me sonrió desde lo alto de una colina. Todos sabÃamos que era cuestión de tiempo que volvieran, pero les estarÃamos esperando dispuestos a pagar cara su osadÃa.
Desperté con el claro sonido de las trompetas de mis centinelas. Esas agudas notas solo tenÃa un significado, las hordas del caos se aproximaban a las murallas. Raudo me dirigà a la torre más cercano, y en lo más alto de aquella inmensa construcción mis ojos contemplaron una visión que jamás será olvidada por largos que se hagan los años. Una marea negra de corpulentas figuras se acercaba lenta pero constantemente hacia las murallas de la ciudad. Una marea que no tenÃa fin, que como una ola se dirigÃa a romper contra la costa. Largo fue ese dÃa, guerreros y soldados de todas las razas tomaron posiciones en las torres y murallas de la ciudad. Decenas de máquinas de guerra se dispusieron estratégicamente en las murallas mientras cientos de arqueros y hombres con armas de fuego preparaban su armamento.
Malas nuevas traÃan mis exploradores. Los puesto avanzados de defensa habÃan sido destruidos debido a la constante presión a que eran sometidos. Informes de un misterioso hombre de piel negra como el ébano y ojos empapados en sangre que portaba un gran estandarte causaban temor entre algunos de los hombres. Se decÃa que era el portador del estandarte del mismÃsimo Archaón. Se nos convocó a todos los generales a un concilio urgente en el gran palacio de Ferlangen. Allà se encontraban grandes guerreros como Ungrim el rojo, que habÃa perdido recientemente a su primo hermano por parte de padre Kadrim, y Armanveru de Brionne con quien trabarÃa gran amistad en un futuro. DecidÃose aguantar el mayor tiempo posible a la gran horda y enviar mensajeros a la fortaleza de Bohsenfels en busca de una necesaria ayuda.